martes, 6 de noviembre de 2007

Sin sexo

¿Cómo decirte, amigo, que hace meses que no me acuesto con nadie? Que no se trata de la verborrea que les suelto a ellas convenciendolas de algo que casi ni quieren hacer, ni del tartamudeo sobrecogedor que finjo para inspirar ternura, ni de la seguridad pasiva que siento sentado en el taburete mirandoles a los ojos. No es eso, amigo mío, es simplemente que hace meses que no me acuesto con nadie.

Al menos esa es la sensación que siento cuando veo a Mónica levantarse de la cama y volver a tapar su blanca y dulce tez con esa ropa que no le hace nada de justicia; o cuando, con el pelo alborotado, María se incorpora y deja para mi gozosa vista una espalda impecable y unas nalgas curvas con una firmeza abrumadora. Es así también en los momentos en los que Laura se enciende el cigarro, y he de aguantar que me llene la casa del cancerígeno olor de una muerte lenta. Amigo mío, no me acosté siquiera con Elena cuando la única prolongacion firme de mi cuerpo (y casi de todo mi ser...) estuvo dentro de su cuerpo. No sentí que me fuera a acostar con Clara, cuando sentí su corazón palpitante, y sus manos nerviosas desvistieron rápida, pero dulcemente, todo mi cuerpo. Aunque no lo recuerde, sé que no me acosté con Noelia cuando me desperté desorientado en su casa, en su cama, con el sabor amargo y seco del alcohol y el tabaco de la noche anterior. Y no lo echo de menos, amigo mío, ya no siento deseo. En este punto de mi vida, en el que casi todo es ambiguo, y yo tengo una dudosa identidad, no logro sentir deseo por una de las acciones básicas de nuestra supervivencia. No sentí deseo cuando Blanca lamía dulcemente con sus labios mi miembro erecto, ni tampoco cuando Rakel, torpemente, intentaba hacerme disfrutar, pese a su inexperiencia. No se eleva una sonrisa en mi cara cuando me miran desde la otra punta del garito. No lo hizo tampoco cuando frente aquella pantalla de cine Patricia acarició mi mano, ni cuando Alba me confesó su amor en el cubículo trasero del coche, asegurando su disposición a dármelo todo en esta vida. Ni siquiera sentí mi ego subirse cuando Virginia estuvo dispuesta a dejar a su novio por mí, o cuando Eva y Nerea, juntas, hicieron la labor de una. No he sentido bondad al cuidar de los hijos de Adela, mientras por las noches, despues de meterlos en la cama, iba a meterme yo en la de su madre. He estado insensibilizado todo este tiempo. Las mujeres huelen eso. Todas ellas han olido mi desapetencia por la vida, han olido una compleja maraña de desazón y desasosiego en mi y han querido probarlo. Ese es el secreto de que haya tantas y ninguna a la vez. Por mi sexo ha salido semen, he tenido erecciones tan firmes que incluso podía destrozar piedras. Pero no es algo físco lo que falla en mí, es algo en mi interior. No siento ni pasión, ni tristeza, ni amor. No recuerdo la última vez que perdí la cabeza con alguien en ese acto impoluto en el que pocos piensan con maldad. Y quiero hacerlo, de verdad. No es sinónimo de sexo lo que ha habido estos meses, amigo mío. No es sinónimo de libertad, no es sinónimo de vida, ni de pasión, ni de sentir, ni de felicidad. Nada. No he sido capaz de sentir nada de eso con ninguna de estas mujeres. No estoy triste, amigo mío, no estoy preocupado, es simplemente que hace meses que no me acuesto con nadie. A estas alturas, lo que menos me importa es el sexo. Lo planteo únicamente como prueba de que mi vida es marchita desde hace mucho tiempo, y que no me queda mucho tiempo dentro de ella.

No te mentiré, amigo mío, si te digo que ni siquiera hubo sexo entre Sonia y yo. Pese a hacerme prometer repetidas veces que jamás te lo diría, es cierto que no me acosté con ella durante tu estancia en Florida la semana pasada. Le abracé en aquel parque porque decía que estabas demasiado ocupado con tu trabajo. Fuimos a tu casa. Ella necesitaba cariño. Me besó entre lágrimas. De hecho, es el beso más salado y con más sentimiento que recuerdo de toda mi vida. Sus suspiros decían "hazme el amor". Pero no podía hacerle algo que no tenía ni siquiera para mí solo. No me acosté con ella, Pedro, te lo aseguro. Por aquel espejo que tenéis en vuestra habitación, ese que siempre os digo que es precioso, vi la fornida y cálida espalda de Sonia. Me quitó la camisa, y antes de que pudiera volver a mirar en el espejo, yo ya no tenía ropa. No me acosté con ella, a pesar de escuchar, al penetrar mi sexo hasta las más profundas entrañas de su interior, un grito que en su más remota naturaleza hacía apología de placer mezclado con un dolor causado por una relación rota con un novio que pasaba más tiempo de viaje de negocios que cuidando de lo que ya era una marchitada relación. Entiendo que tu corazón se quiebre, Pedro, pero no me acosté con ella. No quería mentirte en nada, y tampoco te lo cuento por pena, ni porque seas mi amigo, es simplemente que hace meses que no me acuesto con nadie.


Leonardo Stigliari.

1 comentario:

Axel Costa dijo...

Muy bueno amigo, seguire viendo tu blog y comentandolo... Saludos.
axel-benejuzar@hotmail.com