domingo, 11 de noviembre de 2007

Sonia

Sonia llamaba desesperada por todos los teléfonos de mi casa. Casi era inevitable que pudiera escaparme yo de sus problemas. Era su amigo, el supuesto era que yo le contestara. Así lo hice.

Tuve que hacer un esfuerzo mental por reorganizar mis ideas y ver que lo que Sonia me estaba pidiendo era que desestructurara todos mis planes de aquella tarde y fuera a verla urgentemente. Como siempre, si era lo que debía hacer, así lo hice. No podia permitirme perder a alguien como Sonia en esos momentos de mi vida.

Acordamos vernos en el parque donde conocí a Pedro. Como en todo lo demás, aparecí yo antes. Mientras esperaba, iba repasando cada una de las respuestas que Sonia querría oír. Yo sabía porqué estaba allí, sabía lo que había sucedido en la desmejorada vida de Sonia, y sabía de qué modo debía reaccionar si por la noche quería estar en casa leyendo Dostoievski. Mas esa noche no leería Dostoievski. Esa noche no dormiría en casa.

La amistad entre Sonia y yo era muy sana. Ella me apreciaba muchísimo, pero yo en cierta manera también a ella. Pero en cuestiones sexológicas era exactamente igual a las demás. Para mí, claro.

Sonia hizo acto de presencia. Su peculiar juego de piernas, su sonrisa casi cegadora y su sutil y atrevido movimiento de brazos venían ocultos por una capa de tristeza y amargura que casi se estaban apoderando de mí. Ojos hinchados de llorar, pelo revuelto, quizá de darse golpes en la cama, era lo unico que veia en Sonia en esos momentos.

"¿De verdad es tan serio esta vez?". Todo indicaba a que sí.

Me abrazó y me apretó como si se tratase de la vida misma deslizándose entre sus dedos. Y lloró... y lloró. Lloró.

Sintiendome bastante incómodo, le compré un cafe de moca con chocolate. El calor le sentaría bien. De hecho, la tranquilizó. Entonces pude distinguir palabras entre aquella maraña de balbuceos que soltaba, uno tras otro. Sin parar.

Pedro había estado marchando y volviendo de América ininterrumpidamente desde hacía dos años. Sonia se enamoró de él hace cuatro. Yo conocí a Pedro hace diez. Sonia estaba aguantando mucho más de lo que su corazón amaba. Cierto era que Pedro era una persona de difícil comprensión, de dudosa fidelidad y muy seco en muchas ocasiones, pero no sólo era ese el problema. Todo eso se sumaba a una excesiva dependencia por parte de Sonia y a una manera muy simplista de ver la vida. Era como mezclar pólvora y fuego. Pólvora y fuego.

Sonia sabía que Pedro estaba con otra[s]. Mejor dicho, ella lo creía. Yo lo sabía. Esperé a que Sonia terminara de contar aquellas cosas que yo consideraba inoportunas, para, poco a poco, dejar deslizar mis palabras entre sus oídos, para convencerla a sí misma de que aquello que estaba viviendo era una mentira creada por sí misma. No dije nada de lo que sabía, ni nada de lo que creía, ni de lo que era justo o injusto. Sólo aquello que Sonia quería oír, y así se tranquilizó. Se irguió en si misma en un acto de orgullo, y afirmó concienciudamente que esto no la derrumbaría. Pobre de ella por pensar así... Gran parte de mi don consistía en ver más allá de lo que los demás eran capaces de ver. Su ignorancia les consumía. No así a mí.

Sonia se sintió obligada a devolverme el café de moca y me convidó a subir a su casa. Dado que mi día ya no tenía sentido después de aquel innecesario bache, decidí hacerlo.

Con música de Lenny Kravitz envolviéndome, y un suculento vaso bajo de Jack Daniels en la mano, Sonia comenzó a mostrarme su verdadera faceta. Estaba animada, sensual, sonreía. No conseguía entenderlo pero la veía preciosa. Seguramente era por ver a una mujer tan fuerte como Sonia a caballo entre la tristeza y la alegría, con sus ojos hinchados y una sonrisa deslumbrante, con la cara demacrada y sin maquillar y un pelo que muchas habrían deseado tener. Definitivamente se trataba de eso.

Fuera se oían truenos y ya anochecía. Sonia me regalaba demasiados abrazos, uno detrás de otro iban perdiendo el poco significado que podrían tener. Me arrastró hasta su habitación, esperé sentado en la cama. Subió el volumen de "The Difference is why" que sonaba en aquel momento. Al volver, su cara mezclaba picardía y anarquía. Me pidió que me levantara y me abrazó. Fuerte. Fuerte. Veía en el enorme espejo de la habitación mi rostro de incomprensión, y mis facciones descompuestas. Mis brazos arriba sin abrazarla, sosteniendo el vaso, y ella agarrada a mí como si fuera su ultima esperanza. Su blusa escondía una espalda fuerte, perfecta, dorada, preciosa. Sentí la necesidad de verla, y sin que ella notara mis intenciones, se la quité. De hecho, me equivoqué. Subestimé su espalda. La abracé. Fuerta, sentí la carne de su espalda entre mis manos, sentí como ella se derretía entre ellas. Al poco, me di cuenta de que el sujetador también era un problema. Necesitaba su espalda completamente desnuda.

Fue entonces cuando sonia me desnudó con la mirada. Penetró en la mía preguntándome qué quería decir todo aquello, buscaba una explicación en mis ojos. Explicación que no quería darle.

- Pedro no merece ésto... - Dijo dulcemente.

"Yo tampoco". Pensé

Tenía una erección que casi dolía. Yo sabía en realidad que no tenía porqué no hacerlo, pero tampoco tenía porqué hacerlo. No soy nadie que tenga que juzgar si Pedro lo merecía o no, pero era totalmente obvio que Pedro era totalmente ajeno a lo que estaba sucediendo allí.

- Pedro es tu amigo...

"¿Lo era?".

- Lo sé.

- A decir verdad, tengo que decirte algo... - Me dijo mirando al suelo.

- No lo digas. "No lo digas, por favor".

Y la besé. No quería que lo dijera, no quería complicar más las cosas de lo que ya lo estaban. Aún hoy pienso que besarla fue lo mejor que pude hacer en ese momento. Estoy orgulloso de ello.

Casi en una fracción de segundo, consumidos por la pasión, ambos nos desnudamos. Los senos de Sonia eran, a la vista,dulces. No existía otra palabra para definirlos. Su sabor, su textura, su color. Todo dulce. Su sexo, húmedo y voluptuoso, me esperaba. Me esperaba a mí. Ya no esperaba a Pedro. No demoré demasiado la espera. La unión de mi sexo con el suyo sonó, al menos refiriéndome al grito gutural que salió de su boca, como el eco en una cueva profunda y negra. Mi sexo entró hasta las más hondas profundidades de Sonia, y no sólo físicamente.

El pelo de Sonia se alborotó aún más, sus ojos quedaron aún más hinchados porque, ni siquiera yo lo sé, no paró de llorar mientras mi sexo estuvo dentro de ella. Mi eyaculación, lenta, pero potente, llenó su interior. De hecho, sentí como hasta el cristalino de sus ojos se secaba, sentí como las yemas de sus dedos se arrugaban, cómo todo el vello de su cuerpo se erizaba, su boca quedaba seca, su sexo expulsaba fluidos sin parar; sentí como sus músculos se tornaban rígidos... Ella no supo porqué fue. Yo sí. Mi semen estaba frío, carente de vida, haciendo apología a todo lo que en realidad era yo. El contacto de mi semen con su cuerpo lo cambió todo dentro de su interior. Ella lo sintió, pero nunca lo supo.

Mirandonos a los ojos, desnudos el uno frente al otro, sin pensar, porque era imposible hacerlo, sólo sintiendo la paz...

- Estoy enamorada de ti, Leonardo...

"te dije que no lo dijeras, joder..."



Leonardo Stigliari.

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