martes, 27 de noviembre de 2007

El más especial de todos

- Mi padre está muerto. En vida dicen que fue una persona grandiosa, aunque jamás yo lo vi así. Ahora que ha pasado bastante tiempo, puedo decirte sin ningún tipo de pudor que pegaba a mi madre, y alguna vez que otra, a mí también. - Mi voz susurraba lenta, profundamente. Psycho, al otro lado de la sala, me escuchaba expectante - Pero aquello no duraría demasiado. Con el tiempo conseguí imponerle mi pequeño espacio de autoridad y dejó de pegarme. Todo el mundo siempre le ponía por las nubes, le admiraban, quizá le envidiaban, pero yo sabía que todo aquello era pura apariencia. Mi padre siempre supo cómo rodearse de gente de su misma condición. Hipócritas. - Bufé - Y eso quizá le condenó de por vida. Él nunca amó a mi madre, y creo que mi madre tampoco a él. Ciertamente, yo jamás amé a mi padre. Era una persona sucia, ruín, despreciable y poco elegante en su vida interior. Mantuvo en todo momento un desorden personal de un carácter totalmente inaudito, al que ni siquiera su muerte pudo dar fin.
- ¿Lo echas de menos?
- Sinceramente, no. - Le respondí - Siento lástima por mi madre, porque él murió poco después de que me diagnosticaran la úlcera. En menos de tres meses habrá perdido a los dos únicos hombres del hogar.
- Háblame de su muerte.
- Apenas sé sobre eso - Mentí - Mi madre sólo me dijó que sufrió mucho. No quise saber más.
- Al menos, por lo que dices de él, ¿piensas que lo merecía? ¿Que merecía sufrir en su lecho de muerte? - Preguntó. Realmente le interesaba el tema.

Me detuve unos momentos a meditarlo. Eso, en apariencia. En realidad lo que estaba haciendo era recordándolo.

- No - Contesté - No lo merecía.

Debió haber sufrido más, pensé.

- ¿Cuál era el nombre de tu padre, Leonardo?
- Darío.
- ¿Conoces algo de tus antecedentes italianos? Tu apellido, obviamente, es castizo italiano.
- No, apenas sé sobre eso. - Contesté sinceramente - Y mi padre jamás ha querido explicarme nada. Sólo sé que él vino de un humilde pueblo de los alrededores de la ciudad. Y mis abuelos y bisabuelos no son italianos.

Hice una pausa.

- Realmente no pienso que mi pasado sea importante. Es decir, quiénes fueran mis abuelos, mis bisabuelos, o de dónde proceda mi familia... eso más bien me es indiferente. Seguramente yo estoy aquí para marcar un punto de inflexión en mi familia, no conozco a nadie tan valiente y emprendedor como yo en ningún rincón de mi árbol genealógico. No creo que mis orígenes (si es que los hay) italianos sean de trascendencia. No es tan importante de dónde venimos, como a dónde tenemos pensado ir.

Crucé las piernas y me froté la barbilla.

- ¿Qué estudias?
- Soy licenciado en Filosofía y Letras.
- ¿Por qué esa carrera?
- Porque no llama mucho la atención.
- Así, eres buen estudiante.
- Mi carrera de 5 años la terminé en 3.
- Demasiado intenso, ¿no crees?
- El tiempo apremia - Sonreí.

Psycho tomó una postura mucho más relajada. Parecía haber entrado en calor y, sobretodo, en confianza.

- Explícame las razones por las que, según tu punto de vista, tu madre cree que deberías estar aquí.

Medité.

- Bien, es sencillo. Estoy aquí, sinceramente, porque yo también pienso que debo estar aquí. El mundo se me ha venido abajo porque he cometo el error de basar mi vida en una única cosa. Aquello me ha sido arrebatado y ahora, ¿qué me queda? Nada. Sólo el vacío, sólo la inconmensurable nada. Me siento traicionado, ultrajado y despojado de lo único que tenía en mi interior. Una estupidez que jamás habría podido prever va a acabar con mi vida sin que ni siquiera yo tenga voz ni voto para poder hacer nada. No creo en la justicia, pero si de verdad existiera esa zorra invisible, ésto no sería justo. Hay cosas que tengo que hacer antes de morir y no podré... ¿Qué significado puede tener eso?
- Deberías cambiar el prisma con el que estás mirando todo esto. Deja de plantearte cuál es tu cometido, qué debes hacer... Deja de plantear la vida como si de una obligación se tratase. Nacer es una obligación, vivir es opcional. Y tú estás optando por reducir los últimos meses de tu vida a un constante martirio buscándole un significado. Y la vida, en sí, no lo tiene. Su significado se va haciendo.

En realidad puede que tuviera razón, pero a mí me pareció igual que los consejos del resto de los mortales y que eran exactamente la línea que nos separaban a ellos y a mí. Seguía, pues, estando por encima de ellos.

-Mi padre era una muy mala persona. No diré que merecía morir - aunque lo mereciera por causas ajenas a él - pero creo que nos ha hecho un favor a todos nosotros largándose de este mundo. Podemos decir que él era un estorbo en la vida y la continuidad del espacio tiempo para que este ganara en justicia. Pero como él hay muchísimos más. Gente, que por razones superiores a la comprensión humana, merecen destinos distintos que los demás. Esto es, vidas distintas, muertes distintas, al mismo nivel que sus propias personas.
- Pero hablar de personas distintas puede ser demasiado subjetivo, no hay una ciencia exacta que las defina.
- Oh, sí. No son exactamente personas distintas, sino superiores, con dones especiales, en su mirada. Y existen maneras muy eficientes de identificarlos.
- Entiendo.
- Digamos, doctor, que mi tesis personal, en la que he basado mi vida, era ésta, identificar a esas personas especiales.
- Define especiales. - Exigió.
- Con una personalidad abrumadora, con alguna cualidad que destaque por encima de los demás. Seguro que alguna vez ha conocido a alguien así - Mentí.

Realmente no podía decirle que buscaba a esas personas para conseguir un bien mayor. Que, exactamente, no se trataba de "cualidades" ni de "personalidades", sino que eran personas con dones especiales, como el mío. Aunque siempre tendré que decir, como me hizo saber Melissa, que mi don era el más poderoso de todos los (pocos) que había en el mundo.

- Sería algo así como personas con un don, ¿no? - Me preguntó.

Le miré extrañado y sentí cierto miedo al pensar que Psycho podría saberlo todo. Pero realmente era imposible.

Melissa siempre me había pedido discreción, y aunque estuviera muriéndome jamás podría contarle a nadie lo que sucedía en mi vida. Y a Psycho ya le había dado suficientes datos. Quizá demasiados, y estaba arriesgando más de lo que me podía permitir. Aquella tarde volví a casa bastante arrepentido preguntándome porqué le habia dicho tantas cosas a Psycho, me sentí como el resto de la humanidad: débil, con miedos y, lo peor de todo, errando.

- En las próximas sesiones volveremos a hablar de tu padre - Me dijo antes de irme.

Psycho no era alguien normal, y yo lo sabía. Por algún momento me planteé que él pudiera ser uno de los que Melissa había apuntado en la caja de su casa años atrás, pero era altamente improbable. Durante mis últimas sesiones había intentado identificar a Psycho como tal, pero no había dado ninguna seña de poder ser uno de ellos. De momento él no me preocupaba. Me planteé a mí mismo que, si algún día me sobraba tiempo, investigaría a Psycho a ver de qué caso se trataba. Mi instinto me decía que Psycho podría ser una persona a caballo entre las personas ufanas de a diario, y los pocos especímenes especiales de Melissa.

Fui demasiado inocente y poco precavido pensando que mi instinto estaba en lo correcto desde un principio.

lunes, 26 de noviembre de 2007

Acepta tu camino

- El destino es sólo el cruce de caminos de las casualidades que nosotros creamos. Lo demás es completamente ajeno a nuestro control. ¿Por qué, sino, estás tú aquí hoy? Si piensas que es porque tú lo has elegido, entonces estás dando por hecho que tú eres el dueño de tu propia vida, y te aseguro, Leonardo, que no es así bajo ningún concepto.

Yo sólo callaba. Ella tampoco me daba otra opción. La cabeza comenzaba a dolerme. ¿Qué hacía yo allí? No tenía ningún sentido. Debía irme a casa.

- Como te he dicho, Leonardo, hoy vas a aprender lo que es el destino.
- ¿Y si no quiero hacerlo? - Pregunté algo desafiante.
- Ya te he dicho que estás aquí. Te he dicho que no es casual. ¿No quieres saber porqué?
- Pues no, no lo sé...

Realmente no sabía si quería saberlo.

- Pero usted dice que es importante mi nombre, mi edad y el hecho de que sea yo quien haya matado a su gato. Pero no entiendo, señora, la relación que puede haber entre usted y yo.

Sonaba confusa mi explicación, pero fue la manera más clara que tuve de explicárselo. ¿Qué sentido podría tener todo aquello?

- Resulta verdaderamente importante que seas precisamente tú, un chico llamado Leonardo Stigliari, de 11 años, el que mate a mi gato Waldo, y que de repente se cruce en mi camino.
- ¿Cómo sabe usted mi apellido? - Aquello comenzaba a sobrepasar los límites de la lógica.

Melissa sonrió. Casi con maldad, me atrevería a decir.

- Mira, Leonardo, a partir de ahora te plantearás siempre qué habría pasado si no me hubieras conocido. Pero sólo alcanzarás la verdad cuando aceptes que es imposible saber qué habría pasado porque bajo ningún concepto podría haber pasado. - La miré extrañado - Sí, es difícil de entender ahora. Lo que ha ocurrido hoy es algo que habría ocurrido cualquier día de tu vida, pero al fin y al cabo, habría ocurrido. Justo en este instante, en el que yo me estoy esforzando por mostrarte la verdad, a ti se te abre un amplio espectro de posibilidades y caminos a elegir. Y sólo uno será el correcto. Nadie te garantiza que esto vaya a ir bien, porque sólo depende de ti. Tu camino se va a alimentar de tu esfuerzo, de tu fe y de tu constancia.
- Pero, ¿por qué yo?

Y, ¿por qué ella hablaba de aquella manera tan segura? ¿Cómo podía dar tantas cosas por supuestas? ¿Acaso tenía razón?

- Tu camino parece un pequeño camino de piedra situado en la soledad de la ciudad. Todo el mundo puede verlo, pasa por él, pero nadie se detiene a observarlo ni se para a pensar en la importante función que desempeña ese camino. Une varias partes de la ciudad, facilita el tránsito, incluso a veces facilita la vida de los demás, pero nadie se lo agradece y, lo peor de todo, nadie quiere agradecérselo. Tu camino parece un camino normal, envuelto por árboles, inútil a simple vista, pero es el camino más importante del que se va a servir la humanidad en las próximas décadas. No es, ni mucho menos, un camino largo, pero sí intenso. Jamás esperes que nadie te lo agradezca, ni siquiera que se den cuenta, sólo sé consciente de la importancia que tiene. Con que tú mismo reconozcas lo necesario que eres, no necesitarás nada más. Y para ello, Leonardo, has de aceptar tu camino.

- No sé muy bien qué quiere decir, señora.
- Mejor que explicártelo, voy a enseñártelo. - Se levantó del sillón y el gato que posaba sobre su regazo dio un salto. - Acompáñame.

Me levanté. Jamás podría negar que en el fondo sí sentía curiosidad por ver lo que Melissa quería enseñarme, pero me aterraba.

Atravesamos el pasillo de su casa, y llegamos hasta la puerta que conducía al sótano. La abrió, y me invitó a bajar. Le dije que después de ella. Así fue. Las escaleras, hechas de madera rancia y carcomida, rechinaban de una forma terrorífica con cada paso que dábamos. La humedad se filtraba por nuestras narices. Al final de las escaleras, Melissa encendió una luz. Un cuarto extremadamente oscuro, con una mesa, un par de estanterías y muchos libros, y un suelo sucio como el de los viejos callejones parecían habernos estado esperando durante años.

- La vida te tiene asignadas hazañas sobrehumanas, Leonardo. Lo sé, porque lo he visto. - Su tono de voz ascendió a lo místico. - Estoy aquí para ayudarte a llevar a cabo tus hazañas, para mostrarte el camino y dejar que lo recorras sólo. A lo largo de él, tendrás que irte despojando de los defectos humanos, y te conviertas en alguien superior a todos nosotros. Tú mismo te convencerás de que eres superior. Estoy aquí para que consigas el poder que mereces.
- ¿Qué poder merezco?
- El poder de ver lo que nadie consigue ver. Adelantarte a los acontecimientos, estar un paso por delante del conocimiento humano, controlar tu dolor físico, conseguir cualquier cosa que se te pase por la mente tan sólo con pensarla. Tienes un diamante en bruto en tu corazón, Leonardo, sólo necesitas explotarlo.
- Ya, ¿y cómo sabe usted todo eso? - Pregunté con escepticismo.

Melissa se movió. Me dio la espalda. Yo permanecía al borde de las escaleras. Se dirigió a la mesa y abrió los cajones. Con sumo cuidado, comenzó a sacar papeles de allí. Eligió uno de ellos, se dio la vuelta y, levantándolo, me preguntó de forma inquisitoria:

- ¿Conoces al hombre que aparece en esta foto?

Miré con detenimiento. Apenas podía creérmelo. Normalmente con cada nueva situación que vivimos las reacciones de nuestro cerebro se limitan a buscarle una explicación lógica y a enlazarla con otras situaciones parecidas que hayamos vivido antes para así poder marcar un patrón de conducta. Pero aquello no tenía ni una explicación lógica y por supuesto jamás había vivido antes una experiencia parecida.

- Sí, claro... - Tartamudeé - Es mi padre.
- Pues hazte a la idea de que dentro de unos años tendrás que acabar con su vida.

martes, 20 de noviembre de 2007

Sincérate, Leonardo.

- Necesitará descansar un par de días. Es recomendable que permanezca en observación y tome dos dosis de la medicina al día. Que coma ligero durante las primeras semanas, y que se pase periódicamente para hacerse un chequeo.

- Muchas gracias, Pedro.

- No hay de qué, señora. Ha sido un placer operar a su hijo.


Recordaba eso mientras estaba en aquel sofá, con un buen whisky en la mano escuchando buena música. Yo estaba excitado, casi nervioso. Si pudiera ser feliz, hubiera sido feliz en esos momentos, en casa de Pedro, dispuesto a terminar con uno de mis últimos objetivos, dispuesto a alcanzar por fin la paz suprema de haber terminado con mi camino. Tenía 34 años, habían sido más de 20 años de búsquedas, de frustraciones, de éxitos, de dudas... Pero por fin, en poco tiempo, todo terminaría. Con Pedro finalizaba un ciclo, después de él vendría el último y más importante paso para alcanzar el poder máximo. Todavía me acordaba de Melissa y sus palabras, aunque quedaran lejos.

Pensaba todo esto mientras Pedro bailaba, algo bebido. Llevábamos toda la noche rememorando viejos tiempos, rememorando el día que nos conocimos y muchísimas más anécdotas que habían marcado una relación de más de 10 años:

Mientras Pedro fue mi médico, siempre fue muy simpático con mi familia, y mucho más conmigo. Desde un principio mostró especial interés por mi supervivencia, y una vez después de operarme, siguió manteniendo el contacto conmigo en los continuos chequeos.

Ahí comenzó nuestra amistad. A Pedro le parecí una persona misteriosa e inteligente, y siempre se mantuvo cerca de mí y me ayudó en todo. Gracias a él pude vivir, y ganar el juicio. La cuantiosa cantidad de dinero que recibí como indemnización me facilitó mucho el trabajo a partir de entonces, y aceleró la sucesión de acontecimientos posterior.

Melissa siempre tuvo razón. Siempre decía que las cosas sucedían por una razón, y mi úlcera sólo había sido una prueba de fe. Y casi no la supero, casi tiro la toalla y llego a pensar que yo no soy el Leonardo del que hablaba Melissa, que yo no tenía ningún don. Pero la prueba fue superada, y el premio llegó casi instantáneamente: Pedro. No fue ninguna casualidad que yo conociera a Pedro. Es más, se suponía que yo debía conocerle, al igual que se suponía que yo debía conocer a Melissa. Todo estaba enlazado para que yo fuera pasando las pruebas y finalmente decidiera cómo debía ser el final de mi camino. Y Pedro jugaba un papel muy importante dentro de mis objetivos.

Sin embargo, cuando todo parecía predispuesto para que yo cumpliera con mi cometido, Pedro conoció a Sonia, y comenzaron a salir. Entonces todo se convirtió en una complicada maraña de mentiras y engaños que impedía completamente que llevara a cabo mis objetivos. Decidí que no era tan grave y no forzar los acontecimientos. Pensé que, como la mayoría de parejas, Pedro y Sonia no durarían demasiado, y que su amor no sería eterno. "Todo sucede por una razón" me repetía a mí mismo. Por lo que decidí centrarme en las demás personas que Melissa me había ordenado que identificara. Y así fue.

Mas cuando la cuenta atrás llegaba a cero, mi desesperación se volvió insoportable. Cuatro años habían transcurrido y todavía no habían acabado. Decidí intervenir. Aprovechando un momento de debilidad en su relación, me acosté con Sonia. Mi sorpresa, contra todo pronóstico, fue que Sonia estaba enamorada de mí, y eso complicaba las cosas. Tenía que quitar a Sonia del mapa como fuera, que desapareciera de la vida de Pedro. Pero ella se empeñaba en quedarse ahí destrozando mis planes y su vida. Me vi obligado a provocar una situación incómoda y contárselo todo a Pedro, destrozando mi amistad con Sonia (lo cual me situaba en una posición bastante problemática para las desavenencias del futuro) y alejandome de Pedro. Pero era lo mejor en ese momento.

Pedro dejó de hablarbe durante unos meses. Pero al menos conseguí lo que quería y además de una de las formas más eficientes. Pedro, enfurecido, fue a hablar con Sonia. Entró en casa con los ojos fuera de sus órbitas y la cara roja de rabia. Sin mediar una palabra, arrojó su puño con todas sus fuerzas sobre la cara de Sonia. Seguramente la insultó de manera desproporcionada, mientras le partía los 4 huesos que la obligaron a ir al hospital de urgencia y que jamás la permitirían andar de forma natural. Después de aquello, Sonia desapareció de la vida de Pedro y yo, al cabo de unos meses, volví a hablar con él.

Entré en su casa, me había costado muchísimo que me cogiera el teléfono y más aún que me dejara entrar en la misma casa donde me acosté con su ex novia. No obstante, la labia era lo mío, y sabía salir airoso de casi todas las situaciones sólo con la retórica. Melissa se había encargado de ello.

Después de servirnos varias copas, Pedro se abrió. Seguramente era por el alcohol, pero ahora estaba mucho más simpático.

- Sonia era una zorra - Decía - ¿Te puedes creer que me ha denunciado?

Sus ojos balanceaban de un lado para otro. Yo callaba, sólo daba pequeños sorbos del delicioso whisky.

- Tú y yo hemos tenido historia, Leonardo - Me agarró fuertemente del hombro - No dejemos que ninguna zorra nos la estropee. Y muchísimo menos vuelvas a dejar tú que ellas te coman el tarro.

- Así lo haré, Pedro. - De hecho, no pensaba dejar que nadie más interrumpiera mis planes. No ahora que estaba tan cerca.

- No puedo creerlo. ¡Somos amigos desde hace más de 10 años, Leonardo! - Parecía que lloraba, pero no lo hacía - En el fondo somos tú y yo los ganadores... Ni Sonia, ni ninggsuna otra zorra podría ganarnos. Después de todo sólo tú y yo seguimos aquí - Pedro estaba equivocado. El único ganador que había allí era yo.

Pedro bailaba y bailaba, según pasaban los minutos estaba más y más borracho. Yo sólo podía pensar que eso me facilitaba las cosas.

Por primera vez en muchísimos años, volvía estar nervioso. El corazón me latía fuerte y notaba cómo la adrenalina invadía mi cuerpo. Estaba tan cerca de conseguirlo todo... Pocos en esta vida podrían presumir de esa dicha. Lo que yo no sabía es que días después de aquella noche con Pedro, yo yacería muerto. Pero, ¿cómo podría saberlo? Era impensable.

- Me sorprende muchísimo que hayas vevenido, Leonardo - Apenas podía entenderle al hablar - Pensé que después de la merecida paliza que le di a Sonia no querría saaasaber nada de mí. Siempre has ssido tan resputuoso con las mujeres (excepto con las de tussssss colegas)

Y estalló en risas. Con su propio chicste. Creí que era el momento. No podía esperar más.

- En realidad he venido para hablar contigo, Pedro. - Le dije en un tono serio que destrozaba todo aquel ambiente musical que vivíamos hasta ese momento. - Creo que hay una serie de cosas que debes saber.

- ¡Dime, compañero! - Y volvía a reír.

- Nada de esto ha sucedido por coincidencia, Pedro. Llevo muchísimos años esperando este momento, y pienso conseguirlo. Nada me va a echar atrás. Creo que nunca me has conocido del todo. Pero ni tú ni nadie. En realidad sólo habríais sido un estorbo. Y aún sin quererlo habéis sido un tremendo y jodido estorbo. - Me puse de pie - Tengo que decirte que cualquier otro, en mi situación, te habría querido hasta la muerte, pero yo no puedo permitirme esos lujos. Yo no puedo querer. Si quisiera no estaría aquí. Tampoco quiero querer. Es una pérdida de tiempo, y no sé si aunque quisiera podría querer. Eso no es lo importante, porque sí tengo sentimientos. Puedo odiar. - En ese momento acabó la música. Pedro me miraba extrañado. Yo no mostraba ningún tipo de inseguridad ni de duda. - Más de alguna vez has podido pillarme, y darte cuenta de todo lo que escondía, pero por tu bien, mejor que no lo hubieras hecho. - Hablaba pausadamente, en tono tranquilo. No quería sonar amenazador - Me conociste en una de las peores épocas de mi vida, y te agradeceré eternamente que hubieras sabido escuchar donde los demás sólo oían ruído y haberme salvado la vida. Aunque en realidad no tengo porqué darte las gracias. Pensar que esto es gracias a ti es dar por hecho que tú controlas tu vida, y no es así. Me salvaste la vida porque yo no podía morir, porque los planes que la vida me deparaba eran demasiado importantes como para dejarlos sin hacer. Y aquí es donde entras tú. - Pedro intentaba mantener la mirada recta, pero el alcohol no le dejaba. Comenzaba a darse cuenta de que algo no marchaba bien - Nunca has sido mi amigo, Pedro, sólo eres, por desgracia, una de las piedras angulares de mis planes. Y para que lo entiendas, antes de hacer nada, creo que mereces saber un breve porqué.

Silencio. Magistral. Pedro no entendía nada, pero inconscientemente comenzó a temer por su vida. Agarraba la copa con fuerza, como si fuera ella la que le estuviera manteniendo en pie.

- Desde el día de mi undécimo cumpleaños comencé a identificaros, Pedro.

Cruce de caminos

Entré en la casa despacio. Contra todo pronóstico, me encontré con un lugar extremadamente acogedor, diminuto, ordenado, todo ello bañado por una luz tenue y un dulce olor que embriagan mi alma. Melissa había entrado en lo que parecía una cocina. Yo permanecí, sosteniendo mi brazo ensangrentado como podía, en el descansillo.

Al poco apareció Melissa con unas toallas húmedas en la mano, y me indicó que pasase al salón. Un pequeño sofa, un equipo de músca, una mesilla, un sillón de terciopelo verde y una enorme estantería con libros. Sin televisión. Demasiada simpleza para una mujer de 40 años.

En un principio pensé que se encargaría de limpiarme la sangre, pero no fue así. Me entregó las toallas, y se sentó en el sillón. Cruzó las piernas, se encendió un cigarro y observó cómo me limpiaba la sangre. Un gato entró en el salón, dio un salto y se sentó sobre las piernas de Melissa. Ella acarició su laceo y negro pelaje.

Me costaba muchísimo quitar la sangre seca de mi brazo malherido. Poco a poco fueron apareciendo las verdaderas heridas, numerosos arañazos, algunos realmente profundos, que me marcarían el brazo de por vida.

Melissa me miraba con picardía, parecía que sonreía, al menos en su interior.

- Es muy curioso que seas tú quien haya matado a mi gato.

Esa frase no tenía ningún sentido ni connotación para mí en ese momento. Pero Melissa, como siempre, tenía muchísima razón. Era realmente curioso que yo, entre todos los niños de 11 años del mundo, hubiera acabado aquella tarde en su casa. Era algo como el destino. Tendría tiempo para darme cuenta del vínculo que nos unía a Melissa y a mí.

No paraba de mirarme de forma penetrante. Y yo a cada segundo que pasaba me sentía más y más intranquilo.

- ¿Cuál es tu nombre?

- Leonardo, señora.

- Leonardo... uhm - Meditó durante unos segundos. Luego, dijo - No conoces la historia de tu nombre, ¿verdad?

- No, señora. - Dije obediente.

- Pues creo que deberías conocerla. Dentro de poco te la haré saber.

No sabía a qué se refería. Cada momento que tornaba a ser pasado sentía que esa señora conocía más de mí de lo que pensaba. Y me inquietaba, porque no la conocía de nada y no parecía tener ningún tipo de relación con mis padres.

Quedaban apenas unos minutos para que mi vida diera un giro monumental. Para que por fin aquel hecho me fuera revelado. Lo presentía. Todo aquello no era casual. No podía ser casual. Melissa me conocía, ahora estoy seguro, y sabía lo que tenía que hacer para que todo se desencadenara según sus planes. Cómo logró que yo diera con ella, para mí es un misterio. Poco a poco sabía que Melissa estaba allí para algo, ella le iba a dar sentido a mi vida y me iba a instruir en el camino para el que yo nací. Puedo decir que desde aquel momento ya comenzaba a sentirme especial, notaba como mi don se iba apoderando de mí, aunque aún desconocía sus ventajas y me llevaría años perfeccionarlo. Melissa me miraba, casi sonreía. Tenía razones para hacerlo.

- Leonardo, ¿crees en el destino? - Preguntó con picardía.

- No, señora.

Sus arrugas tornaron aún más macabras. Formaron sombras en su cara. Su mirada descubría una satisfacción infinita.

- Pues dime qué es lo que te ha traído hasta aquí. Porque resulta muy curioso que en este preciso momento de mi vida aparezca un chico de 11 años de la nada, llamado Leonardo, que mata a mi gato y que, casualmente, podría resultar extremadamente útil.

Me quedé mudo.

- Acompáñame, Leonardo, voy a mostrarte algo que te demostrará lo que es el destino.

viernes, 16 de noviembre de 2007

Psycho

Era la tercera visita en sólo un mes. Desde mi recaída el mes pasado, no había parado de tomar medicamentos y asistir al psicólogo. Mi madre estaba bastante preocupada, mi padre... mejor no hablar de él.

No era que le hubiese cogido pánico al psicólogo, ni que fuera alguien totalmente desconocido para mí... era que sentía que mentirle todo el tiempo durante una hora tres veces a la semana no me iba a ayudar demasiado. La úlcera me estaba suponiendo un serio problema en cuanto a la materialización de mis objetivos se refiere. Había dejado de tomarme la medicación y mi estado físico había empeorado. Todo tan sólo por mi sabia testarudez.

Apenas podía comer. Ni salir de casa. Apenas podía vivir. Entiendiendo por "vivir" avanzar en mis investigaciones. Todavía tenía que identificarlos, casi a más de la mitad. Mi orgullo había quedado casi destruido al ver que mi muerte estaba demasiado cerca. Demasiado cerca. No dormía, sólo buscando maneras de poder hacerlo todo antes de morir. Pero era imposible. Materialmente, era imposible. Tenía que resignarme habiendo fracasado. Y fue este fracaso el que me llevó hasta el filo de la locura.

Comencé a desvariar, las fiebres eran comunes y los vómitos aún más. Si salía de casa, a los cinco minutos perdía el equilibrio. Era un ser totalmente inútil que dependía de los demás. Y eso me hacía sentir aún más repugnante e inútil. Insisterion día tras día en la idea del psicólogo, tuve que fingir normalidad e ir allí. Sus preguntas apenas me inquietaban, sabía mentirle bien, pero mi dolor constante de estómago, la angustia de saber que yo no era quién creía que era, sumado a una inestabilidad emocional enorme hicieron de mí un ser que ahora veo como totalmente desconocido. Fue la época oscura de Leonardo Stigliari.

Mi psicológo era una persona cuanto menos carismática. Desde el primer momento que supe que era psicólogo le llamé Psycho, aunque su nombre real habría dicho muchísimo más de él. Eso ya es más difícil de contar. Era una persona totalmente fría, de mirada perturbadora, de unos 45 años, siempre vestido con frac y un peinado bastante cuidado. Sus gestos se caracterizaban por una sutileza abrumadora, que convergían perfectamente con su delicadeza y precisión. Hablaba pausadamente, con voz grave, siempre escogiendo a la perfección sus palabras. Si yo hubiese tenido pensado llegar vivo a esa edad, me habría gustado ser como él. No era tan extraño, con el tiempo me di cuenta de que Psycho era más parecido a mí de lo que yo pensaba y que nos unía un vínculo especial.

- ¿Cómo han evolucionado tus relaciones personales últimamente, Leonardo?
- No tengo relaciones personales...

Aunque Melissa ya no formara parte de mi vida, ella siempre me había prohibido que le hablase de ella a nadie. Y, al menos con Melissa, siempre cumplía mis promesas.

- ¿No crees que sería una buena manera de afrontar estos últimos meses? ¿Con alguien a tu lado? ¿Dejando amor en el mundo?
- Sinceramente, no lo pienso, señor.
- ¿Por qué? - Preguntó arqueando las cejas.

Sin apartar la vista de su mirada incansable, le respondí con seguirdad:

- Porque no les puedo dejar a los demás algo que no tengo ni siquiera para mí mismo. Enfocar hacia los demás la atención de los últimos meses de mi vida sería perder el tiempo, creo que hay cosas que merecen más mi atención.
- ¿Qué tipo de cosas? - Preguntó sin dejarme acabar la frase.

No sabía qué responderle. Melissa siempre me había exigido discreción.

- Increpancias de mi interior, señor.
- Necesito que abras tu corazón para poder ayudarte a focalizarlo.
- No se da cuenta de que no necesito ayuda.
- ¿Qué necesitas? - Hacía exactamente las preguntas que llevaban a todos mis secretos. Psycho era muy bueno.
- Más tiempo.
- ¿Para qué?

Encontré una manera de explicárselo que parecía muy común a todas las personas, pero que en realidad me definía perfectamente. Quizá, yéndome por el camino de la mentira, los consejos de Psycho podrían ayudarme.

- Cada persona tiene sus propios hechos, su propio camino. Unos lo deciden antes, otros lo deciden después. Yo lo decidí hace tiempo. Siempre he querido marcar una serie de pautas de las que no quería salirme. Y eso lo hace todo el mundo en mayor o menor medida. Dígame, señor, si no es común la frase "no quiero morirme sin hacer ésto". Ahora que sé que voy a morir, esa frase cobra mayor importancia en mi, y es demasiado angustioso saber que es probable que muera sin haber completado mi camino. Eso me lleva a pensar que quizá el destino no me tenía encomendado completarlo, que esos no son los hechos correctos.
- ¿Cuándo decidiste tu camino?
- ¿Cómo? - Pregunté extrañado.
- Sí, has dicho que decidiste tu camino hace tiempo. ¿Cuándo?
- A los once años.
- Muy pronto... - Dijo frotándose la barbilla.
- No. Demasiado tarde, señor. - Dije con prepotencia, interrumpiéndole, corrigiéndole. - Si hubiese abierto los ojos antes, probablemente ya habría terminado.
- ¿Qué pasó? Cuando tenías once años.

Había aprendido a controlar mi seguridad y apenas temía. Le miraba desfiante. Hacía exactamente las preguntas cuyas respuestas podían desnudarme. Psycho era una persona perspicaz. También cabe mencionar que yo, para él, no era un paciente cualquiera.

- Necesito que colabores, Leonardo. Sé que en realidad no deseas estar aquí, pero creo que hay algo dentro de ti que falla. Y es sólo tu elección solucionarlo o no. Y más ahora que sabes que apenas tienes tiempo. No digo que tus valores no sean válidos, pero creo que necesitan una revisión. Y yo te puedo ayudar en eso. Sólo necesito que te abras a mí, que me cuentes aquello que tienes encadenado a tu alma. No puedes llevarte eso a la tumba. - Yo mantenía mi mirada, desafiante, entrecerrada. Me parecía tan banal lo que me estaba diciendo Psycho, que apenas me planteaba cada cosa que decía. - En las anteriores sesiones me has hablado de tu vida en líneas generales, me has contado a qué te dedicas y has mencionado algunas personas importantes. Pero creo que no hemos hablado de una de las principales figuras en la vida de una persona. - Él no podía conocer a Melissa - Háblame de tu padre.

Creo que hablar de mi padre va a resultar mucho más difícil de lo que imaginaba.

jueves, 15 de noviembre de 2007

Bienvenido

Sólo podía mirar al gato. No me atrevía a levantar la vista. Sentía un cúmulo de sensaciones dentro de mí, pero ninguna llevaba al arrepentimiento o a la culpa. Al contrario. Todas radicaban en un profundo odio y una irritación soberbia porque alguien había osado interrumpir mi ritual. Poco a poco levanté la mirada. Y allí estaba ella. Sólo con su mirada, y habiendo oído dos frases suyas, sabía ante el tipo de persona que estaba en ese momento.

- ¿Y qué? - Dijo secamente - ¿Piensas decir algo?


Silencio. En realidad no sabía qué decir. Supuse que quería oír algún "lo siento" y eso es lo último que me habria salido en ese momento.

- Ya veo que no quieres hablar. - Adoptó una posición holgada, y se frotó la barbilla con los dedos - Creo que vas a tener que acompañarme.

- ¿Acompañarle? - Dije inmediatamente abandonando mi postura silenciosa - ¡Ni hablar!

La mujer cambió la expresión. Su rostro, totalmente serio, expresaba muchísimo más que el de su difunto gato. Sus arrugas parecían pelearse entre ellas para contarme todas las vivencias que habían visto, que no parecían haber sido pocas. Su boca de labios finos, sus ojos color miel, casi amarillentos... todo parecía tener boca y unas ganas de hablar inmensas. No sabría haber dicho cuánta edad tenía, pero su pelo canoso sin teñir le hacía parecer más vieja y lúgubre de lo que ya lo era. Su mirada casi dañaba, totalmente segura de sí misma, parecía que el que hubiese matado a su gato apenas le importaba. Desde que había llegado casi ni lo había mirado. Y entonces fue cuando comencé a sentirme inseguro y desprotegido.

- No te lo estoy pidiendo, jovencito. - Exhortó.

No sabría explicar bien porqué, pero algo dentro de mí me impulsó a levantarme y a seguir a aquella mujer. Me había olvidado completamente del gato. Poco a poco el dolor de mi brazo iba reapareciendo, y entonces sentí el escozor producido por el sudor del nerviosismo, que penetraba poco a poco en los numerosos arañazos de mi brazo izquierdo.

Ella era alta, su vestido negro envuelto en trapos no me llamó especialmente la atención, pero era porque algo de esa señora me embriagaba el alma y captaba todas mis miradas. Su manera de andar, su manera de mirarme, de guiarme, no podía menos que enamorarme. Pronto ocupó el puesto de líder y aceleró el paso, dejándome visible sólo su espalda. Daba por hecho que la seguía porque no miró hacia atrás en ningún momento.

- Mi hogar está a la vuelta de esa esquina. - Dijo rompiendo el silencio justo cuando el atardecer ya se despedía - Allí esperaré la explicación sobre la muerte de Waldo.

La inseguridad se estaba manifestando en constantes sudores fríos y un tembleque casi inaguantable. No pensaba ni en mi padre ni en mi madre, seguramente seguirían discutiendo en casa, y tampoco me echarían de menos. Su casa, a pie de calle en un callejón, inspiraba un secretismo estremecedor. No conocía aquella calle. Ni siquiera conocía aquel barrio. Comencé a pensar que quizá la señora quería matarme como venganza. Aún así, estaba dispuesto a entrar en su casa, no tenía apenas nada que perder, y sentí que tenía muchísimo que ganar.

Abrió la puerta, con sumo cuidado. Sonó un chirrido que hizo eco en el callejón. Una luz tenue y un dulce olor salían de aquella casa. La mujer se dio la vuelta y me miró. Creí ver una sonrisa en su cara, pero no era así. Con el tiempo me daría cuenta de que ella nunca sonreía.

- Bienvenido a la dulce y acogedora casa de Melissa Bornhart.

martes, 13 de noviembre de 2007

Ineptitud Natural Humana

- Prométeme que jamás se lo dirás.
- Tenemos que decírselo...

Sonia buscaba en mis ojos una respuesta. Una respuesta que no encontraría. Denotaba inseguridad y, quizá, un matiz de arrepentimiento. Yo... yo sólo denotaba ganas de no estar allí, de salir volando, si hubiera podido.

Después de todo lo ocurrido, no decíamos ni una palabra. Ambos estábamos tumbados en la cama, desnudos, oyendo el silencio. Hacía rato que el cd "Mama said" había acabado. Me encendí un cigarro, y fumé mirando en el reflejo del espejo la esbelta espalda de Sonia. Estaba totalmente tranquilo. Si no hablaba Sonia con Pedro, hablaría yo.

- ¿Cuándo hablaremos con Pedro? - Preguntó Sonia interrumpiendo el silencio.
- Hablarás con él cuando vuelva de Florida. - Le contesté.
- Eso es la semana que viene.
- Lo sé...
- Pero... ¡Me echará de casa! Y no tengo a dónde ir - Decía angustiada.
- Sabes bien que, si quieres, Pedro te perdonará, y que jamás te echaría de casa si no tienes dónde quedarte. - Dije con un deje de histeria.

Reinó el silencio. Parece ser que ante las realidades innegables Sonia no se atrevía a replicar. Las mujeres son así. Y lo digo sin ningún rastro de misoginia en mis palabras, pero siempre intentan salirse con la suya modificando la realidad, y aparentando que hacen lo que hacen porque no les queda otra opción. Conocen la manera de aprovecharse de la debilidad del falo. Saben cómo organizárselo para salirse con la suya. En este sentido yo soy medio mujer.

Sonia se incorporó y se acercó a mí. Me abrazó.

- Se lo diremos, Leonardo. - Dijo con seguridad. - Pero se lo diremos juntos.
- Si quieres se lo puedo decir yo, no tengo ningún problema.

No tenía ningún problema.

- ¿Sabes? La semana que viene cumples 29 años, y creo que se me está viniendo a la cabeza el regalo perfecto para ti - Dijo Sonia sonriendo dulcemente. A mí me parecía horrible el ámbito de pareja que habíamos alcanzado de un punto a otro. Prosiguió: - Creo que es mejor que se lo digamos juntos. Así verá que ambos asumimos nuestra parte de culpa y que queremos pasar página juntos, que no ha sido algo trivial.

¡Error!

- ¿Cómo dices? - Pregunté extrañado.
- Exactamente eso, que ésto ha pasado porque hay algo entre nosotros...

Sonia acababa de convertirse en un problema. ¿Nosotros? ¿Trivial? ¿CULPA? Me estaba comenzando a marear.

- Estás muy equivocada, Sonia.
- Pensé que esto significaba un cambio... - Su rostro había cambiado totalmente de expresión. Seguía escrutando una respuesta en mis ojos. Mi mirada no le expresaría nada que pudiera entender.
- Significa un cambio en el sentido de que ésto va a suponer que lo tuyo con Pedro se vaya al traste.

Sonia se quedó muda. En estas ocasiones pongo en duda la inteligencia humana y su capacidad de comprensión para diversas situaciones. ¿Acaso no era obvio que yo sólo quería ser su amigo? ¿Acaso ella no era capaz de medir el daño que le supondría a Pedro que su pareja y su mejor amigo se acuesten y sean felices juntos? ¿Acaso Sonia no notaba que yo no quería estar allí? Me dispuse a aclarárselo todo sin que hubiera lugar a dudas:

- Se lo contaremos a Pedro, y seguiremos siendo amigos. Al menos tú y yo. - Le dije con seguridad - No destruiremos lo que tenemos. - Sonia parecía no entenderlo - Pero escúchame bien, Sonia, si Pedro insiste en perdonarte, déjale. No sigas con él. Es lo mejor que puedes hacer ahora. Él se sentirá dolido, tú intentarás contentarle pero nunca lo conseguirás porque su rencor no le dejará ver más allá de su odio, y sólo conseguiréis entrar en un círculo vicioso del que es muy difícil salir. - Si quería que mis objetivos se cumplieran a la perfección tal y como Melissa me había dicho, no podía permitir que Pedro y Sonia siguieran juntos. - ¿Lo entiendes?

Sonia afirmó. Parecía no estar demasiado de acuerdo, y encontrarse sumamente perdida, pero al menos había afirmado, por lo que pude respirar tranquilo al ver que mis planes estaban yendo de acuerdo a lo preparado. No entendía porqué le costaba tanto entenderlo, y yo tampoco entendía porqué no había encontrado otra manera de llevar a cabo mis planes. Pero es que por más que lo pensaba no encontraba otra manera. ¿Qué necesidad tenía yo de acostarme con Sonia? Claramente lo que me había llevado hasta allí había sido algo más que el placer sexual que Sonia podía darme. De hecho, el placer sexual para mí era completamente prescindible.

Apagué el cigarro. Sonia me soltó y se incorporó. Sus ojos eran una bomba de relojería a la que le faltaban pocos segundos para estallar en lágrimas. Se puso una bata blanca, se recogió el pelo. Yo permanecí tumbado en la cama, mirando al techo. Sonia se miraba en el espejo. Parecía querer deshacer todo lo acontecido en las últimas horas, parecía sentirse sucia. Y entonces comenzó a agitar la cabeza haciendo gestos negativos, y gritó:

- ¡No puedo perder a Pedro! - La bomba de relojería había estallado. Sus lágrimas caían por sus sonrojadas mejillas de forma estrepitosa. Se lanzó a la cama, me cogió la mano, y me dijo: - Por favor, Leonardo, no se lo digas. No pasará nada, pero... no estoy segura de que quiera perderle, y tampoco quiero romperle el corazón. Seguiremos siendo amigos, claro que si, pero no se lo digamos, por favor...

Ahora ya sí que sí había perdido la paciencia. No podía con la incompetencia de los demás seres humanos. Me levanté y me vestí tan rápido que apenas Sonia pudo ver por última vez mis genitales. No me quedaba otra que hacerlo a mi manera y forzar las cosas, esto es, actuar de una manera que Sonia jamás habría esperado y que pondría en evidencia la coherencia de mi manera de ser con respecto a los que creían conocerla.

- Me voy, Sonia. - Le dije.
- ¿Por qué? - Preguntó extrañada.
- Porque no me siento cómodo - Contesté sin mirarla - Pero tranquila, no se lo diré.
- Gracias...

Tuve que mentirle para que estuviese tranquila y no se interpusiera más de lo necesario en mis planes. No me extrañaba la actitud de Sonia para nada. Era una persona que temía enormemente la soledad, si sabía que conmigo no podía estar, no podía quedarse sin Pedro, y ésto le había llevado a actuar de esa manera tan cobarde. De todas formas, eso es lo que menos me importaba. Ella no significaba nada para mí, pero siempre había sido imprescindible en mi vida para que todo fuera según Melissa quería. En cuanto Pedro volviera de Florida, hablaría con él y se lo diría todo. Obligaría, sí o sí, a que Pedro tomase la determinación de dejar a Sonia. Pero no sería fácil. Eran cuatro años de relación los que tendría que echar abajo y Sonia siempre había estado detrás de Pedro, complaciéndole, la mayor parte de las veces, injustamente, en todo. Aquella infidelidad solo supondría una muestra de la debilidad de su supremacía masculina, y no tardaría tiempo en reponerla destrozando la conciencia de la pobre Sonia con la actitud que tomaría a partir de entonces. Pedro era así. Tendría que forzar una serie de circunstancias que, inevitablemente, desembocarían en el final de su relación. Aunque tuviera que emplear métodos crueles, debía hacerlo. Aquello respondía a necesidades de mucho mayor grado, ellos no eran nada comparados con mis planes. Sabía que le rompería el corazón a Pedro por partida doble, y probablemente Sonia se sentiría traicionada tras enterarse de que yo se lo había contado a Pedro. Pero, sinceramente, me era completamente indiferente el número de corazones que tuviera que partir para completar mis objetivos.

Me puse la chaqueta, le cogí el paquete de Marlboro a Sonia y me dispuse a salir por la puerta. No podía sentir más rabia en ese momento al ver cómo se había complicado todo y que tendría que esperar aún más tiempo para ver mis sueños cumplidos.

Miré a Sonia con desdén y crucé el pasillo. Ella me siguió. Justo antes de salir por la puerta, me dijo:

- Te quiero, Leonardo.
- Yo también me quiero - Le contesté.



Leonardo Stigliari

lunes, 12 de noviembre de 2007

El gato negro

Era alto, encorvado, siempre con la mirada en el suelo, pero viendo de reojo todo lo que acontecía en el mundo sin que nadie lo supiera. Mis ojos verdes lo observaban todo. El atardecer se había detenido en ese preciso momento. Iba adentrándome en la calle poco a poco, como disfrutando de cada paso y el eco que producía. Sentía incluso más paz que cuando estaba en la soledad concurrida de la gente. A partir de ese momento comencé a valorar la soledad como un método para pensar con claridad.

Mis ojos, ávidos de conocimiento, observaban cómo los edificios de ladrillo rojo que encerraban aquella calle desierta se erguían con una imponencia totalmente humilde. El suelo, hecho de aglomerado de rocas, respondía perfectamente a cada uno de los pasos que daban mis pequeños pies. No podía ver el final de la calle, ya que giraba en un ángulo de 90 grados hacia la izquierda. Los cubos de basura, las salidas de incendio, las ventanas, algunas rotas... Todo se veía bañado por el color dorado del atardecer, que proporcionaba una grandiosidad abrumadora a aquella calle que para cualquiera pasaba desapercibido. Ante todo, era un lugar acojedor. Mis pupilas, que no paraban de moverse, se detuvieron en los ojos rasgados color miel de un gato negro que se encontraba antes del giro de la calle. No, no era un gato negro. Era el gato negro.

Estaba totalmente firme, sin moverse, y me devolvía la mirada. Yo me acercaba, le imponía mi valentía. Él, quizá como precaución, no se movía. Sabía que los gatos no tenían rostro, pero aquel gato podía tenerlo, y justo en aquel momento estaba totalmente inexpresivo. Era una inexpresividad tan grande que me infería el vacío en su máxima potencía. Una inexpresividad que expresaba. Su pelo era liso como la seda, su color, negro mate del tono de la más profunda noche. Justo cuando decidí acercarme ladeó ligeramente la cabeza para mirar hacia su derecha. Acto seguido volvió a mirarme. No supe qué fue lo que había visto.

Maulló. "No te acerques", parecía decir. Lo hice. Junto a aquel gato comencé a sentirme especial. Maulló más fuerte. Y luego más. Cada paso que daba era un maullido más fuerte que el anterior. Y cuando estuve suficientemente cerca, me arañó. Fue un movimiento sumamente rápido, apenas tuve tiempo de reaccionar y ver cómo sacaba las uñas y las hundía en la tierna carne de mi brazo izquierdo.

Mis ojos verdes se abrieron y chillaron de dolor. Casi por inercia cogí al gato por la cola y lo alcé mirando cómo se balanceaba, maullando de dolor, y arañaba mi brazo cuando tenía la oportunidad. Es de las primeras veces que hice uso de mi supremacía física.

El gato pareció desistir cuando vió que mi rabia me había hecho inmune al dolor de sus arañazos. Ésto aún me pasa ahora. Un hilo de sangre continuado corría por mi brazo hasta parar a su pelaje. Gota tras gota. Según la sangre bañaba su cuerpo, el gato se tranquilizaba. Lo posé en el suelo, y exprimí la sangre de mi brazo para bañarlo en el líquido de la vida. Yo sonreía. Ahora no me arañaba, estaba totalmente dócil, y se dejaba empapar tranquilamente por mi sangre.

Unos segundos después la pequeña cabeza del gato negro estaba completamente aplastada por una piedra. Y mi mano encima de la piedra. Ahora sonreía más.

El sonido de la avenida ya quedaba lejos, aunque en realidad era yo, que había quedado absorto ante aquel macabro e improvisado ritual. Había ido escalando en niveles de paz, y ahora estaba en la paz más absoluta. Mi mente se había despejado. Mi padre, mi madre ensangrentada, los gritos, las palizas... todo eso había pasado a un segundo plano gracias a aquella calle.

Observaba la escena: el cráneo del gato hundido tras mi mano, sus huesos deformados, sus ojos estallados, su cuerpo bañado en sangre. Estaba orgulloso de mi proeza. Pero todo mi juego interior se vio interrumpido por unas cortantes y secas palabras, plantadas con seguridad y concisión, que no dejaron lugar a ningún tipo de réplica:

- Has matado a mi gato. Espero que tengas una buena explicación para ello.


Leonardo Stigliari.

domingo, 11 de noviembre de 2007

Sonia

Sonia llamaba desesperada por todos los teléfonos de mi casa. Casi era inevitable que pudiera escaparme yo de sus problemas. Era su amigo, el supuesto era que yo le contestara. Así lo hice.

Tuve que hacer un esfuerzo mental por reorganizar mis ideas y ver que lo que Sonia me estaba pidiendo era que desestructurara todos mis planes de aquella tarde y fuera a verla urgentemente. Como siempre, si era lo que debía hacer, así lo hice. No podia permitirme perder a alguien como Sonia en esos momentos de mi vida.

Acordamos vernos en el parque donde conocí a Pedro. Como en todo lo demás, aparecí yo antes. Mientras esperaba, iba repasando cada una de las respuestas que Sonia querría oír. Yo sabía porqué estaba allí, sabía lo que había sucedido en la desmejorada vida de Sonia, y sabía de qué modo debía reaccionar si por la noche quería estar en casa leyendo Dostoievski. Mas esa noche no leería Dostoievski. Esa noche no dormiría en casa.

La amistad entre Sonia y yo era muy sana. Ella me apreciaba muchísimo, pero yo en cierta manera también a ella. Pero en cuestiones sexológicas era exactamente igual a las demás. Para mí, claro.

Sonia hizo acto de presencia. Su peculiar juego de piernas, su sonrisa casi cegadora y su sutil y atrevido movimiento de brazos venían ocultos por una capa de tristeza y amargura que casi se estaban apoderando de mí. Ojos hinchados de llorar, pelo revuelto, quizá de darse golpes en la cama, era lo unico que veia en Sonia en esos momentos.

"¿De verdad es tan serio esta vez?". Todo indicaba a que sí.

Me abrazó y me apretó como si se tratase de la vida misma deslizándose entre sus dedos. Y lloró... y lloró. Lloró.

Sintiendome bastante incómodo, le compré un cafe de moca con chocolate. El calor le sentaría bien. De hecho, la tranquilizó. Entonces pude distinguir palabras entre aquella maraña de balbuceos que soltaba, uno tras otro. Sin parar.

Pedro había estado marchando y volviendo de América ininterrumpidamente desde hacía dos años. Sonia se enamoró de él hace cuatro. Yo conocí a Pedro hace diez. Sonia estaba aguantando mucho más de lo que su corazón amaba. Cierto era que Pedro era una persona de difícil comprensión, de dudosa fidelidad y muy seco en muchas ocasiones, pero no sólo era ese el problema. Todo eso se sumaba a una excesiva dependencia por parte de Sonia y a una manera muy simplista de ver la vida. Era como mezclar pólvora y fuego. Pólvora y fuego.

Sonia sabía que Pedro estaba con otra[s]. Mejor dicho, ella lo creía. Yo lo sabía. Esperé a que Sonia terminara de contar aquellas cosas que yo consideraba inoportunas, para, poco a poco, dejar deslizar mis palabras entre sus oídos, para convencerla a sí misma de que aquello que estaba viviendo era una mentira creada por sí misma. No dije nada de lo que sabía, ni nada de lo que creía, ni de lo que era justo o injusto. Sólo aquello que Sonia quería oír, y así se tranquilizó. Se irguió en si misma en un acto de orgullo, y afirmó concienciudamente que esto no la derrumbaría. Pobre de ella por pensar así... Gran parte de mi don consistía en ver más allá de lo que los demás eran capaces de ver. Su ignorancia les consumía. No así a mí.

Sonia se sintió obligada a devolverme el café de moca y me convidó a subir a su casa. Dado que mi día ya no tenía sentido después de aquel innecesario bache, decidí hacerlo.

Con música de Lenny Kravitz envolviéndome, y un suculento vaso bajo de Jack Daniels en la mano, Sonia comenzó a mostrarme su verdadera faceta. Estaba animada, sensual, sonreía. No conseguía entenderlo pero la veía preciosa. Seguramente era por ver a una mujer tan fuerte como Sonia a caballo entre la tristeza y la alegría, con sus ojos hinchados y una sonrisa deslumbrante, con la cara demacrada y sin maquillar y un pelo que muchas habrían deseado tener. Definitivamente se trataba de eso.

Fuera se oían truenos y ya anochecía. Sonia me regalaba demasiados abrazos, uno detrás de otro iban perdiendo el poco significado que podrían tener. Me arrastró hasta su habitación, esperé sentado en la cama. Subió el volumen de "The Difference is why" que sonaba en aquel momento. Al volver, su cara mezclaba picardía y anarquía. Me pidió que me levantara y me abrazó. Fuerte. Fuerte. Veía en el enorme espejo de la habitación mi rostro de incomprensión, y mis facciones descompuestas. Mis brazos arriba sin abrazarla, sosteniendo el vaso, y ella agarrada a mí como si fuera su ultima esperanza. Su blusa escondía una espalda fuerte, perfecta, dorada, preciosa. Sentí la necesidad de verla, y sin que ella notara mis intenciones, se la quité. De hecho, me equivoqué. Subestimé su espalda. La abracé. Fuerta, sentí la carne de su espalda entre mis manos, sentí como ella se derretía entre ellas. Al poco, me di cuenta de que el sujetador también era un problema. Necesitaba su espalda completamente desnuda.

Fue entonces cuando sonia me desnudó con la mirada. Penetró en la mía preguntándome qué quería decir todo aquello, buscaba una explicación en mis ojos. Explicación que no quería darle.

- Pedro no merece ésto... - Dijo dulcemente.

"Yo tampoco". Pensé

Tenía una erección que casi dolía. Yo sabía en realidad que no tenía porqué no hacerlo, pero tampoco tenía porqué hacerlo. No soy nadie que tenga que juzgar si Pedro lo merecía o no, pero era totalmente obvio que Pedro era totalmente ajeno a lo que estaba sucediendo allí.

- Pedro es tu amigo...

"¿Lo era?".

- Lo sé.

- A decir verdad, tengo que decirte algo... - Me dijo mirando al suelo.

- No lo digas. "No lo digas, por favor".

Y la besé. No quería que lo dijera, no quería complicar más las cosas de lo que ya lo estaban. Aún hoy pienso que besarla fue lo mejor que pude hacer en ese momento. Estoy orgulloso de ello.

Casi en una fracción de segundo, consumidos por la pasión, ambos nos desnudamos. Los senos de Sonia eran, a la vista,dulces. No existía otra palabra para definirlos. Su sabor, su textura, su color. Todo dulce. Su sexo, húmedo y voluptuoso, me esperaba. Me esperaba a mí. Ya no esperaba a Pedro. No demoré demasiado la espera. La unión de mi sexo con el suyo sonó, al menos refiriéndome al grito gutural que salió de su boca, como el eco en una cueva profunda y negra. Mi sexo entró hasta las más hondas profundidades de Sonia, y no sólo físicamente.

El pelo de Sonia se alborotó aún más, sus ojos quedaron aún más hinchados porque, ni siquiera yo lo sé, no paró de llorar mientras mi sexo estuvo dentro de ella. Mi eyaculación, lenta, pero potente, llenó su interior. De hecho, sentí como hasta el cristalino de sus ojos se secaba, sentí como las yemas de sus dedos se arrugaban, cómo todo el vello de su cuerpo se erizaba, su boca quedaba seca, su sexo expulsaba fluidos sin parar; sentí como sus músculos se tornaban rígidos... Ella no supo porqué fue. Yo sí. Mi semen estaba frío, carente de vida, haciendo apología a todo lo que en realidad era yo. El contacto de mi semen con su cuerpo lo cambió todo dentro de su interior. Ella lo sintió, pero nunca lo supo.

Mirandonos a los ojos, desnudos el uno frente al otro, sin pensar, porque era imposible hacerlo, sólo sintiendo la paz...

- Estoy enamorada de ti, Leonardo...

"te dije que no lo dijeras, joder..."



Leonardo Stigliari.

Cruzando la avenida

Nadie reparaba en la existencia de alguien tan minúsculo como yo. Gente venía, gente iba. Era exactamente lo que necesitaba: estar, pero sin estar realmente. Nadie habría dicho que yo estaba allí, la gente me golpeaba cuando interrumpía su paso rápido, pero en realidad no sabían que lo hacían. Aquello me otorgaba paz. No tenía un rumbo a donde ir. Pero tampoco lo necesitaba.

Era incapaz de obviar lo que tan sólo unos instantes antes había pasado. Mi padre, enormemente enfurecido por las ya demasiado corrientes infidelidades de mi madre, había estallado. Quizá entonces no logré entenderlo, pero ahora sí. Mi padre había aguantado demasiado, aunque seguramente el modo de focalización que había adoptado no era del todo correcto. Pero aún así, durante los diez minutos en los que mi padre desató toda su furia contra la cara de mi madre, dando al mundo lo que él consideraba algo más de justicia, fue libre. Más libre de lo que yo lo sería jamás.

Sin duda las emociones del momento me paralizaron, y estando en aquella ancha avenida me encontraba en una especie de limbo en el que, inconscientemente, comenzaba a asimilarlo todo. Mi pequeño, pero firme paso, habría sorprendido a más de uno. No sabía adonde iba, pero parecía saberlo.

En algún momento del paseo por mi más allá mental, comencé a alejarme del núcleo urbano. La avenida me había mostrado una calle amplia, casi desierta, bastante coqueta, e irradiada por la luz del atardecer. Como niño, caí preso por la curiosidad y el afán de aventura. No sabía que esa sería la calle que me mostraría un camino a seguir. No se trataría de un camino cualquiera. Yo tendría que aplanar el terreno, tendría que marcar una línea firme, sin dudas. Tendría que dejar el miedo atrás. Tendría que renunciar a la vida tal y como la conocía hasta entonces. Y en esa calle estaba quién me mostraría todo eso en menos de un segundo.

jueves, 8 de noviembre de 2007

Lecciones

"Considera a las personas, no como simples medios, sino como fines en sí mismos"
Immanuel Kant.

Cuando me las dijo, pensé que Melissa estaba utilizando sus propias palabras. Después me enteré de que sólo parafraseaba a Kant, como en muchas otras de las cosas que me dijo. Hoy, en concreto, me he despertado con esas palabras en la mente. Porque he soñado con la última vez en que me las dijo, el mismo día que se marchó de mi vida.

Han pasado diez años desde aquello. Yo tenía 23. Ahora, al igual que en ese momento, no puedo concebir a las personas como lo que Melissa (o Kant) decían que eran. Todos pueden aportarme algo útil en este camino que comencé hace 22 años y que dentro de poco termina, pero nadie es imprescindible, nadie vale tanto como para que lo considere un "fin". Ellos sólo son herramientas con las que construir mis objetivos. Y si pueden aportar cosas útiles a mis planes, también pueden destruirlos por completo. Por eso soy distante con ellos, porque no quiero que destruyan lo que tantos años he tardado en construir. Es cierto que Melissa intentó corregir mi frialdad. Ella siempre intentó que sintiera. Supongo que lo que en realidad intentó hacer fue tapar la cicatriz que me marcó el día que cumplí once años, cuando me enseñó aquello que haría que jamás volviera a sentir nada. Creo sin duda que aquí erradica la naturaleza de la insistencia de Melissa por intentar traerme por un camino más o menos recto. Pero yo jamás fui concebido para encerrarme bajo límites.

Hoy me he despertado entre lágrimas, sudando, en el suelo. He visto a Melissa por primera vez en diez años, tan nítida como la última vez que estuve a su lado. Todo eran flashes con los recuerdos que viví junto a ella, cuando la vi por primera vez con once años, cuando me enseñó a utilizar mi don. En definitiva, he visto en mi sueño el resumen de cómo Melissa me ha ayudado a sobrevivir. Sin ella probablemente no habría encontrado mi camino, y mi don se habría vuelto una maldición... Probablemente yo estaría muerto ahora.

No sabría decir "La echo de menos" porque no sabría definirlo. Melissa se fue porque ya no podía aprender más de ella, y a partir de ese punto sólo sería un estorbo para mis planes. Pero si pudiera sentir aprecio por alguien, la primera persona en la que pensaría sería Melissa. Todavía recuerdo sus palabras, su cordialidad, su fuerza, su inteligencia. Era todo lo que yo soy ahora, era todo lo que yo, aunque no lo sabía, siempre había querido ser.

Sólo recuerdos, palabras... Jamás podría resumir todo lo que ocurrió con Melissa.




[- ¿Por qué le has matado, Leonardo?
- No lo sé, Melissa....]



Leonardo Stigliari.


miércoles, 7 de noviembre de 2007

Plot point

Fue en aquel preciso momento cuando todo dio un giro de 180 grados. Algo había cambiado dentro de mí, algo que permanecería alterado hasta el momento de mi pronta muerte. Desde ese momento comencé a odiar, comencé a ver a los demás como lo que eran. Mis sentimientos quedaron atados al fondo, ya no existirían nunca más. Si quería conseguir cada uno de mis objetivos debía prescindir de mis sentimientos. De hecho, con el tiempo vi que no querer, no apreciar, no amar... traería más ventajas que perjuicios.

A partir de entonces sólo conseguí sentir pasión por cada uno de mis actos, por cada escala que subía, por cada objetivo conseguido. Sólo sentí frustración cuando erraba, cuando me fallaba a mí mismo. Los demás... eran como piedras, no movían nada dentro de mí. Fingir... sería algo de lo que tendría que vivir el resto de mi vida. Mejor dicho, de mi existencia. Con la advenencia de mi don tuve que aceptar facultades muy útiles, pero también marcas que dejarían en el terreno un camino muy definido que se separaba completamente del de los demás. Me costó, sí, a veces envidié ser como los demás, envidié su simpleza, su manera de ver la vida, lo poco que les costaba ser feliz. Yo nunca fui feliz. No soy feliz. Nunca seré feliz.

Cuando me abría poco a los demás, y notaban que yo era superior, me tachaban de ególatra, de tozudo, de ambicioso. Sólo ambicionaba lo que podía conseguir, que era casi todo. Mi don me permitía muchísimas libertades, ellos se negaban a ver que alguien podía ser tan seguro de sí mismo y prever a kilómetros los errores que nunca cometería. Los pocos errores que he cometido sólo se han debido a mis intentos por querer ser como los demás.

Fue desde aquel hecho, ya hace mucho más de una década, que todo cambió. Tan pronto para algunos, para mí demasiado tarde. Yo he nacido por algo, y ese algo ha de ser cumplido. Sólo por mí. No hubo uno antes, no habrá otro después. Desde aquel día obtuve un prisma con el que poder verlo todo sin equivocarme.

Desde el día de mi undécimo cumpleaños comencé a identificarlos.


Leonardo Stigliari.

Soy especial

Hace hoy exactamente 9 meses que me diagnosticaron una úlcera de estómago. Después de varios análisis, me dijeron que el 60% de mi estómago estaba afectado por la úlcera y que el órgano era irrecuperable. Se limitaron a recetarme medicación que me aliviaría el dolor de lo que, entre eufemismos, eran los últimos meses de mi vida. Quizá no me molestó tanto saber que iba a morir como saber que iba a morir sin una razón plausible. Así pues, decidí no decir a nadie que eran los últimos meses de mi vida. Eso habría supuesto una sobreatención sobre mi persona que, sinceramente, no veía factible. No quería que me quisieran porque me perdían, como hace mucha gente.

Sólo mis padres y mi hermano lo sabían, y se sorprendían cada día al verme cada mañana despertar con las mismas bromas de siempre, tirándole cojines a mi padre y gritando para que me dejaran usar el baño. Salvo algunos malestares estomacales y una desfasada variación de mis hábitos alimenticios, nadie habría dicho que era terminal. De hecho, el saber que iba a morir no hizo que tuviera más aprecio por la vida del poco que ya le tenía. Así, intenté hacer mi vida como si no sucediera nada. La muerte violenta que me esperaba parecia que ya no seria la misma, asi que eso me daba cierta ventaja sobre los demás.

Pienso que quizá fue una grata sorpresa para mí saber que moriría, a mis 24 años. Siempre me había considerado especial y, como tal, merecía una manera especial de morir. Por eso dejé de tomarme la medicación, porque yo me veía fuerte y en el fondo sabía que no podía morir por una estupidez tan grande. Mi muerte sólo era mía, y si moría por una estúpida úlcera de estómago, entonces significaba que yo no era quien yo creía, y que no era especial, que era tan ruín como los demás y entonces sí que merecía morir. Yo moriría de tal manera que nadie querría hablar de mi muerte. Siempre supe que mi existencia dejaria huella en los demás, y que todos mis secretos, idos a la tumba conmigo, serían reconstruidos años más tarde por los escritos escondidos bajo la cama. Melissa así lo habría querido.

No sentí más odio del que ya sentía por aquellas personas que no merecen vivir. Yo, alguien que siempre había cuidado su forma física y cuya dieta no era tan desmesurada como para provocar una úlcera, moriría por mi estómago. No dejaba de ser curioso. El mundo restante, no obstante, vivía sin preocupaciones y con una simpleza que a veces envidiaba. Ellos tenían largas y felices vidas y no tenian un objetivo concreto. Ellos morían por razones equivalentes a su insulsa existencia, yo no. Por eso casi cada día me reía pensando en mi situación, en la evidente indiferencia que había marcado en mi vida este hecho. Intenté imaginar... e imaginé la reacción de aquellos que decían ser mis allegados. No era capaz de imaginar ninguna reacción similar a la mía. La gran mayoría de ellos se vendría abajo. Y los odiaba todavía más por no parecerse a mí. No era algo que yo quisiera, pero me sentía superior. No es que lo creyera, es que lo sentía dentro de mí, y todos mis hechos lo demostraban. Era algo innegable. Mi don también lo decía.

Si pudiera creer en Dios, pensaría que es un castigo. Un castigo por haber nacido humano y no tener nada de ello en mi interior. He amado, he odiado, he querido... Pero eso no me hace humano. Al menos no es suficiente, no es lo suficientemente humano como para vivir. Yo estaba un nivel por encima.

Siento algo de tristeza cuando pienso que nadie me echará de menos. Que, aunque he logrado causar pasión y amor en medidas desproporcionadas, sigo siendo algo molesto. Soy algo extraño, ellas lo saben. Alguna se ha enamorado de mí, y encierta manera yo me he enamorado de todas. Pero me desean y no saben porqué. Me quieren y no saben porqué. Cuando estoy a su lado se sienten incómodas, es una sensación tan agridulce y amarga a la vez que no quieren ni pueden dejar de sentirla. Pero si yo faltaba y faltaba mi esencia, no habría nada que les uniera a esa sensación, y al cabo del tiempo prefererirían estar sin mí, y no lo echarían de menos. Lo sé. Lo sé, sin más.

Hoy por hoy todo ésto ya no tiene importancia. Meses después, mis padres, con una determinación absurda por mi supervivencia, fueron acudiendo uno tras uno a los médicos más caros de la ciudad. No entendía porqué se negaban a que muriese, yo no había mostrado ninguna reacción de tristeza sincera. Yo no insistía en negar lo innegable, estaba tranquilo; como siempre digo, en el momento de llegar los obstáculos, es cuando hay que hacerles frente. Así que, como premisa principal en mi vida, seguí esperando paciente. No era mi momento.

Hoy me han operado. Hoy vivo, y mañana, y quizá el mes que viene, y no sé si dentro de un año también, pero no moriré por una úlcera de estómago. De hecho, mi vida ha cambiado tanto que ahora podré tratar la enfermedad que afecta a mi cabeza. Esa enfermedad que sólo yo conozco y que me hace especial. En realidad no es una enfermedad, es un don. Y podré cuidarlo, y potenciarlo, porque no me faltará dinero. El médico que me ha operado hoy, Pedro, nos informó de la negligencia médica y el derecho a indemnización que tengo. Resulta que mi úlcera de estómago no afectaba al 60% de mi estómago, sino sólo a un 20%. El resto sólo eran ramificaciones inocuas de la úlcera. Cuando Pedro miró mi estómago ya estaba al límite de lo curable, pero seguía siéndolo. Pedro nos ha dicho que si no ganamos miles de euros en el juicio, serán millones.

No soy más feliz por saber que viviré, ni siquiera soy feliz. Hoy me siento lleno de satisfacción porque ahora más que nunca sé que soy especial, y que no le temo a la muerte, como los demás, porque mi muerte sólo depende de mí, mi muerte sólo llegará cuando esté preparado, cuando yo lo decida. Mi muerte llegará cuando termine todas las cosas que empecé con mi enfermedad, con mi don.


Leonardo Stigliari

martes, 6 de noviembre de 2007

Sin sexo

¿Cómo decirte, amigo, que hace meses que no me acuesto con nadie? Que no se trata de la verborrea que les suelto a ellas convenciendolas de algo que casi ni quieren hacer, ni del tartamudeo sobrecogedor que finjo para inspirar ternura, ni de la seguridad pasiva que siento sentado en el taburete mirandoles a los ojos. No es eso, amigo mío, es simplemente que hace meses que no me acuesto con nadie.

Al menos esa es la sensación que siento cuando veo a Mónica levantarse de la cama y volver a tapar su blanca y dulce tez con esa ropa que no le hace nada de justicia; o cuando, con el pelo alborotado, María se incorpora y deja para mi gozosa vista una espalda impecable y unas nalgas curvas con una firmeza abrumadora. Es así también en los momentos en los que Laura se enciende el cigarro, y he de aguantar que me llene la casa del cancerígeno olor de una muerte lenta. Amigo mío, no me acosté siquiera con Elena cuando la única prolongacion firme de mi cuerpo (y casi de todo mi ser...) estuvo dentro de su cuerpo. No sentí que me fuera a acostar con Clara, cuando sentí su corazón palpitante, y sus manos nerviosas desvistieron rápida, pero dulcemente, todo mi cuerpo. Aunque no lo recuerde, sé que no me acosté con Noelia cuando me desperté desorientado en su casa, en su cama, con el sabor amargo y seco del alcohol y el tabaco de la noche anterior. Y no lo echo de menos, amigo mío, ya no siento deseo. En este punto de mi vida, en el que casi todo es ambiguo, y yo tengo una dudosa identidad, no logro sentir deseo por una de las acciones básicas de nuestra supervivencia. No sentí deseo cuando Blanca lamía dulcemente con sus labios mi miembro erecto, ni tampoco cuando Rakel, torpemente, intentaba hacerme disfrutar, pese a su inexperiencia. No se eleva una sonrisa en mi cara cuando me miran desde la otra punta del garito. No lo hizo tampoco cuando frente aquella pantalla de cine Patricia acarició mi mano, ni cuando Alba me confesó su amor en el cubículo trasero del coche, asegurando su disposición a dármelo todo en esta vida. Ni siquiera sentí mi ego subirse cuando Virginia estuvo dispuesta a dejar a su novio por mí, o cuando Eva y Nerea, juntas, hicieron la labor de una. No he sentido bondad al cuidar de los hijos de Adela, mientras por las noches, despues de meterlos en la cama, iba a meterme yo en la de su madre. He estado insensibilizado todo este tiempo. Las mujeres huelen eso. Todas ellas han olido mi desapetencia por la vida, han olido una compleja maraña de desazón y desasosiego en mi y han querido probarlo. Ese es el secreto de que haya tantas y ninguna a la vez. Por mi sexo ha salido semen, he tenido erecciones tan firmes que incluso podía destrozar piedras. Pero no es algo físco lo que falla en mí, es algo en mi interior. No siento ni pasión, ni tristeza, ni amor. No recuerdo la última vez que perdí la cabeza con alguien en ese acto impoluto en el que pocos piensan con maldad. Y quiero hacerlo, de verdad. No es sinónimo de sexo lo que ha habido estos meses, amigo mío. No es sinónimo de libertad, no es sinónimo de vida, ni de pasión, ni de sentir, ni de felicidad. Nada. No he sido capaz de sentir nada de eso con ninguna de estas mujeres. No estoy triste, amigo mío, no estoy preocupado, es simplemente que hace meses que no me acuesto con nadie. A estas alturas, lo que menos me importa es el sexo. Lo planteo únicamente como prueba de que mi vida es marchita desde hace mucho tiempo, y que no me queda mucho tiempo dentro de ella.

No te mentiré, amigo mío, si te digo que ni siquiera hubo sexo entre Sonia y yo. Pese a hacerme prometer repetidas veces que jamás te lo diría, es cierto que no me acosté con ella durante tu estancia en Florida la semana pasada. Le abracé en aquel parque porque decía que estabas demasiado ocupado con tu trabajo. Fuimos a tu casa. Ella necesitaba cariño. Me besó entre lágrimas. De hecho, es el beso más salado y con más sentimiento que recuerdo de toda mi vida. Sus suspiros decían "hazme el amor". Pero no podía hacerle algo que no tenía ni siquiera para mí solo. No me acosté con ella, Pedro, te lo aseguro. Por aquel espejo que tenéis en vuestra habitación, ese que siempre os digo que es precioso, vi la fornida y cálida espalda de Sonia. Me quitó la camisa, y antes de que pudiera volver a mirar en el espejo, yo ya no tenía ropa. No me acosté con ella, a pesar de escuchar, al penetrar mi sexo hasta las más profundas entrañas de su interior, un grito que en su más remota naturaleza hacía apología de placer mezclado con un dolor causado por una relación rota con un novio que pasaba más tiempo de viaje de negocios que cuidando de lo que ya era una marchitada relación. Entiendo que tu corazón se quiebre, Pedro, pero no me acosté con ella. No quería mentirte en nada, y tampoco te lo cuento por pena, ni porque seas mi amigo, es simplemente que hace meses que no me acuesto con nadie.


Leonardo Stigliari.

lunes, 5 de noviembre de 2007

Sólo el principio

Miré a la izquierda, y miré a la derecha. Una inmensa calle se extendía ante mí. No había nada que pareciese vivo en ese lugar. Solo gente. Todavía resonaban en mi cabeza las discusiones de mis padres, los botellazos, los cuadros por el suelo. Mis ojos anodinos viendo como la cabeza de mi madre se estampaba contra el parquet, sus ojos turbios, de un verde precioso casi apagado, que me decían silenciosamente "vete, vete a dar un paseo, hijo...", mientras un hilo de sangre recorría su mejilla.

La amplia avenida, el ininterrumpido ruido de los coches, de los pasos de la gente, de sus cerebros en estado off pasando desapercibida la existencia de otros miles de cerebros apagados. Un niño de 11 años poco pintaba allí. Seguramente fue entonces cuándo decidí coger mi rumbo... o cuando mi rumbo me cogió a mí, no sabría explicarlo. Lo cierto es que aquella tarde conocí a la extraña e inigualable Melissa.

Sí, creo que todo comenzó en ese momento.