lunes, 12 de noviembre de 2007

El gato negro

Era alto, encorvado, siempre con la mirada en el suelo, pero viendo de reojo todo lo que acontecía en el mundo sin que nadie lo supiera. Mis ojos verdes lo observaban todo. El atardecer se había detenido en ese preciso momento. Iba adentrándome en la calle poco a poco, como disfrutando de cada paso y el eco que producía. Sentía incluso más paz que cuando estaba en la soledad concurrida de la gente. A partir de ese momento comencé a valorar la soledad como un método para pensar con claridad.

Mis ojos, ávidos de conocimiento, observaban cómo los edificios de ladrillo rojo que encerraban aquella calle desierta se erguían con una imponencia totalmente humilde. El suelo, hecho de aglomerado de rocas, respondía perfectamente a cada uno de los pasos que daban mis pequeños pies. No podía ver el final de la calle, ya que giraba en un ángulo de 90 grados hacia la izquierda. Los cubos de basura, las salidas de incendio, las ventanas, algunas rotas... Todo se veía bañado por el color dorado del atardecer, que proporcionaba una grandiosidad abrumadora a aquella calle que para cualquiera pasaba desapercibido. Ante todo, era un lugar acojedor. Mis pupilas, que no paraban de moverse, se detuvieron en los ojos rasgados color miel de un gato negro que se encontraba antes del giro de la calle. No, no era un gato negro. Era el gato negro.

Estaba totalmente firme, sin moverse, y me devolvía la mirada. Yo me acercaba, le imponía mi valentía. Él, quizá como precaución, no se movía. Sabía que los gatos no tenían rostro, pero aquel gato podía tenerlo, y justo en aquel momento estaba totalmente inexpresivo. Era una inexpresividad tan grande que me infería el vacío en su máxima potencía. Una inexpresividad que expresaba. Su pelo era liso como la seda, su color, negro mate del tono de la más profunda noche. Justo cuando decidí acercarme ladeó ligeramente la cabeza para mirar hacia su derecha. Acto seguido volvió a mirarme. No supe qué fue lo que había visto.

Maulló. "No te acerques", parecía decir. Lo hice. Junto a aquel gato comencé a sentirme especial. Maulló más fuerte. Y luego más. Cada paso que daba era un maullido más fuerte que el anterior. Y cuando estuve suficientemente cerca, me arañó. Fue un movimiento sumamente rápido, apenas tuve tiempo de reaccionar y ver cómo sacaba las uñas y las hundía en la tierna carne de mi brazo izquierdo.

Mis ojos verdes se abrieron y chillaron de dolor. Casi por inercia cogí al gato por la cola y lo alcé mirando cómo se balanceaba, maullando de dolor, y arañaba mi brazo cuando tenía la oportunidad. Es de las primeras veces que hice uso de mi supremacía física.

El gato pareció desistir cuando vió que mi rabia me había hecho inmune al dolor de sus arañazos. Ésto aún me pasa ahora. Un hilo de sangre continuado corría por mi brazo hasta parar a su pelaje. Gota tras gota. Según la sangre bañaba su cuerpo, el gato se tranquilizaba. Lo posé en el suelo, y exprimí la sangre de mi brazo para bañarlo en el líquido de la vida. Yo sonreía. Ahora no me arañaba, estaba totalmente dócil, y se dejaba empapar tranquilamente por mi sangre.

Unos segundos después la pequeña cabeza del gato negro estaba completamente aplastada por una piedra. Y mi mano encima de la piedra. Ahora sonreía más.

El sonido de la avenida ya quedaba lejos, aunque en realidad era yo, que había quedado absorto ante aquel macabro e improvisado ritual. Había ido escalando en niveles de paz, y ahora estaba en la paz más absoluta. Mi mente se había despejado. Mi padre, mi madre ensangrentada, los gritos, las palizas... todo eso había pasado a un segundo plano gracias a aquella calle.

Observaba la escena: el cráneo del gato hundido tras mi mano, sus huesos deformados, sus ojos estallados, su cuerpo bañado en sangre. Estaba orgulloso de mi proeza. Pero todo mi juego interior se vio interrumpido por unas cortantes y secas palabras, plantadas con seguridad y concisión, que no dejaron lugar a ningún tipo de réplica:

- Has matado a mi gato. Espero que tengas una buena explicación para ello.


Leonardo Stigliari.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Por qué? ¿Por qué mató Leonardo a el gato?
Me inquieta.
No creo que matase a un simple animal, ¿qué hay detrás de ese gato?

Anónimo dijo...

Es la únicamanera, Helga, todos hemos intentado no matar al gato, pero... Es la única manera posible para que la historia siga tal y como fue, y tal y como te gustaría q siguiese si te dieran a elegir... El gato es una victima colateral...xD No se pudo hacer nada x él y mira q se intentó.

Verda?xd

Anónimo dijo...

No creo que Leonardo, siendo como es, debiera haberlo hecho.
Además, creo que Leonardo es débil, añado.

Anónimo dijo...

q no había otro modo,coño ya!!!

Anónimo dijo...

Eso lo dice Sweko o RoberT? y... por qué?

Leonardo dijo...

No me llames Robert aqui, no lo hagas más.

Tengo que aclarar que no es del todo como dice Sweko. A casi nadie le gustará en todo lo que termina esta historia, y casi todo ello tiene que ver con el gato, asi que no creo que nadie eligiera matar al gato negro.

¿Por qué piensa Helga que Leonardo es débil?
Ahí Leonardo por supuesto que es débil, y es vulnerable. Tiene 11 años. Pero, despues? ¿Piensas que despues es débil, vulnerable, algo hay que le pueda dañar?

Ya conoces lo suficiente de Leonardo como para responder esa pregunta.

El gato negro tiene una enigmática y preciosa historia tras de sí. De hecho, la tengo escrita y desarrollada, pero no va a ver la luz en este blog. Me dio excesiva pena tener que matarlo, pero era un punto clave en la historia y era, diría yo, casi necesario para que la trama no cojeara.

Si te digo la causa exacta de porqué lo mata, estaría destripando gran parte de la personalidad oculta de Leonardo, así que te dejo a ti misma que, con el tiempo, averigues cuál es la causa de porqué lo hizo. Desde luego hay una, o unas cuantas, no fue un suceso trivial.

Un saludo y buenas noches.

Anónimo dijo...

Matando al gato creo que está matando precisamente a esa parte vulnerable que tiene y quiere ignorar, pero que está ahí.