miércoles, 5 de diciembre de 2007

A Cinco Días del Infierno.

- Hola, Leonardo.
- ¿Qué haces aquí? - Pregunté extrañado.
- Necesitaba verte... - Echó a llorar - Todo está siendo demasiado confuso...

No, no lo era. Ella no tenía ni la perspicacia ni las ganas necesarias para comprenderlo.

No tenía pensado verla nunca más. De hecho no sé cómo supo donde vivía ahora, no sé cómo contactó conmigo. No me quedaba otra que dejarle entrar. Ella, poco a poco, fue dando pasitos torpes y minúsculos cruzando la puerta. Su cara estaba llena de cicatrices. Se servía de un bastón para compensar la asimetría de su cadera. Ya no era la chica preciosa que había conocido años atrás.

- ¿Qué es lo que quieres? - Pregunté.
- Sólo... saber porqué no fuiste a su funeral. - Las lágrimas no paraban de caer. Sus ojos eran una fuente incesante de agua de mar - Lo supiste, Leonardo, lo supiste.... ¡Y ni siquiera fuiste capaz de ir! Podías al menos guardar un poco de respeto...

Callaba.

- Se supone que ocupaba un lugar muy grande en tu corazón... Aunque él te odiase, debías haber ido, Leonardo.

Comenzaba a sentirme algo incómodo. Algo llamado conciencia comenzaba a actuar en mi cabeza. Estábamos en el descansillo de mi nuevo hogar. Aquella era la vieja casa que Melissa había abandonado hacía 11 años. Seguía pareciendome igual de adorable.

Decidí que no era un buen sitio para hablar, y la invité al salón. Fui a la cocina y me encendí un cigarro. Comencé a preparar unas copas de Bourbon. De fondo, sólo se oía el sonido de un sollozo. Estaba algo nervioso porque los planes se habían torcido un poco y no notaba la satisfacción que cabía esperar. En ese momento, más que nunca, deseaba que Melissa estuviera allí. Tenía unas cuantas preguntas que hacerle.

Volví al salól. Le di su copa y me senté a su lado. Inhalé profundamente el humo del cigarro. Fue el último cigarro de mi vida.

- ¿Cómo te enteraste? - Me preguntó, algo más calmada.

Pensé.

- Lo leí en el periódico. Fue triste, muy triste.

Ella quería volver a llorar. Ella no me daba pena. Le había destrozado el corazón, una vez más. Y realmente no lo entendía.

- Fue un baño de sangre... ¿Quién haría algo así?

Sí, había sido un baño de sangre.

- ¿Y por qué haría algo así?

Esa era una buena pregunta.

- Es duro tener que lamentar la muerte de alguien que casi te mata - Decía entre sollozos - Pero nunca podré negar que le amé con todas mis fuerzas... Sólo yo tuve la culpa de todo lo que ocurrió.

No sabes cuánta razón tienes, Sonia

- ¡Quiero volver atrás! - Gritó.

Y yo, Sonia, yo también. Querría volver atrás sólo para evitar que conocieras a Pedro. Para evitar que os enamoraráis. Para que jamás nos hubiéramos acostado. Para que jamás te hubiera pegado. Para que nunca hubieras contactado conmigo. Y para que no me hagas plantearme a cada momento matarte para quitarte de enmedio.

Me miraba, profundamente. Yo mantenía el rostro totalmente inexpresivo.

- ¿Por qué le harían algo así? ¿Por qué le harían eso en la cabeza?
- Por mucho que nos lo preguntemos no daremos con lo que estaba pensando el asesino en el momento de hacerlo. - Dije - Es inútil hacernos más daño pensando eso.
- Pedro no tenía enemigos, Leonardo, algo tuvo que pasar. Tiene que haber alguna explicación lógica, Pedro no merecía aquello... - Dio un largo trago del bourbon, luego me miró - ¿Qué sabes de todo lo que ocurrió?

No tenía porqué mentir... completamente.

- Sé que encontraron a Pedro tumbado, en el suelo del salón. Totalmente desangrado, con un fuerte golpe en el cráneo tan profundo que había hundido sus sesos. - Carraspeé - Estaba envuelto en sangre. Los anlálisis de la policía científica ha podido determinar que mucho más de la mitad de la sangre que le envolvía no era suya, pero se encontraba corrompida por un antioxidante que ha imposibilitado la identificación del dueño de aquella sangre. - Me detuve. Pensé. - Se baraja la posibilidad de que hubiese habido un forcejeo y que el asesino esté gravemente herido, determinado por la gran cantidad de sangre que había en ese momento, pero el salón de Pedro estaba completamente en orden, no había señales de ningún tipo de pelea, ni de que el plan del asesino se hubiese visto trastocado. Todo apunta a que se trata de un ritual. Además, la cerradura no estaba forzada, quienquiera que entró allí lo hizo porque Pedro le dejó entrar, así que seguramente busquen a familiares, amigos y conocidos, que pudieran tener algo en contra de Pedro.

En este punto Sonia no paraba de llorar. Le había contado todo lo que había leído en el periódico, no todo lo que sabía. Sólo lo que ellos creían saber. Quizá pensaban que se trataba de la primera vez que lo hacía, y estaban muy equivocados. Pedro cerraba un círculo, y como tal, se merecía la perfección más infinita.

- ¿Han hablado contigo? - Le pregunté.
- ¿Quiénes?
- Los policías.
- No, aún no. Mañana tengo que ir a prestar declaración...
- Preferiría que jamás les hablases de mí. - Espeté.

Sonia se extrañó.

- ¿Por qué? - Preguntó.
- Pedro jamás le habló a nadie sobre mí. Tú sólo me conociste porque era inevitable, porque adentraste en el tema personal de Pedro. La relación que mantuvimos fue muy íntima siempre, y prefiero que, por respeto a sus deseos, permanezca así. No cuentes nada de lo que pasó entre nosotros, ¿de acuerdo?

No me obligues a matarte, Sonia. No tengo demasiado tiempo.

- Como prefieras, Leonardo.
- Gracias.

Podía presumir de que, en ese preciso momento, yo era el hombre más poderoso del mundo. No era algo que persiguiera, pero no puedo evitar decir que era algo que me llenaba de satisfacción. Comenzaba a meditarlo todo y la verdad es que las cosas habían ido, dentro de lo que cabia, muy favorablemente. 34 años. 23 habían pasado desde que conocí a Melissa. Exactamente 11 desde que Melissa se fue. Era curioso que mi vida realmente comenzase 11 años después de nacer, cuando conocí a Melissa, y que, casualmente 11 años después de que Melissa desapareciese de la faz de la Tierra, mi vida acabase.

Terminé el cigarro, lo apagué. Di un sorbo del bourbon, y miré a Sonia. Aún conservaba algo de belleza, y seguro que su espalda, pese a la paliza de Pedro, se mantenía intacta. Tuve una ligera tentación y, dado que me encontraba, por primera vez en 20 años, libre de tensiones, decidí dejarla correr.

Aquel día perdí mi [oculta] virginidad. Aquel día fue la primera vez que mantuve una relación sexual puramente por placer.

Teniendo a Sonia delante, mascullando, llorando... recordé la última vez que estuve con ella, el día que nos acostamos. Ese día también lloraba, y sus ojos tornaban preciosos cuando se volvían tan cristalinos. Me sorprendí a mi mismo sintiendo cierto deje, cierto ápice de cariño hacia Sonia. Quería acostarme con ella. Esa era la frase. No se trataba de un "Quería acostarme con ella para..." Simplemente quería penetrar mi sexo en su interior y que se mojara, se embargara de su calidez. Sentí cierta decepción, porque tras años y años de crueldades y frivolidades, por primera vez me sentí humano en el más puro sentido de la palabra. Si aquello hubiera podido tener un nombre, la palabra "sentimiento" se le habría acercado muchísimo.

Decidí acostarme con ella y disfrutar la noche. No estaba asustado ni nervioso por ver lo que decía Sonia. En realidad, no dependía completamente de ella si decidía acostarse conmigo o no. Yo tenía todas las cartas bajo mi mano. Yo y mi don. Sólo teníamos que jugarlas a nuestro antojo.

Aquello me daba libertades absolutas para poder manejar el curso de los acontecimientos. Si había algo que jamás podría adulterar, se trataba del azar. Pero todos sabemos (y el que no lo sepa no merece vivir) que, en el sexo, el azar no juega ningún rol.

Decidí atacar. Medía hora después Sonia respiraba apresuradamente mientras su espalda tornaba curva en la cama, y yo le arrastraba los pantalones por sus piernas. Acaricié cada parte de su cuerpo, mis manos corrieron por toda su piel, suave como la seda, ejerciendo más y más deseo en su sexo. Sus bragas parecían recién sacadas de la lavadora, y no precisamente porque estuvieran limpias. Sonia desnuda ante mí, su sexo esbelto y sudoroso esperando mi penetración. Y mi sexo completamente erecto, más firme y duro que nunca, para mi sorpresa. Realmente quería disfrutar aquella vez.

Cuando la penetré, Sonia cerró fuertemente los ojos y una lágrima recorrió toda su mejilla hasta parar a la oreja. Lloró. Me miró.

- ¿Eres real? - Me preguntó.
- Claro - Sonreí.

Seguía llorando.

- ¿Por qué siento todo esto cuando estoy contigo... y cuando estás no queda nada?

No supe realmente qué responder.

- Os impresiono sólo por lo que inspiro ser. Os gusto sólo porque soy enigmático, porque soy algo que no comprendéis, ni llegaréis a hacerlo. Sólo creéis amarme porque hay algo más allá, lejos de vuestro entendimiento, que es distinto a todo lo que conocéis. Porque hay algo, inexplicable, en mí, que os embriaga. Porque realmente soy el único ser humano que tiene en cuenta todos sus factores y no se equivoca. Pero en realidad no os gusta, ni os gustaría, quién soy, porque más allá de esta máscara que veis, no hay nada interesante, ni factible, ni palpable, ni visible... Estoy vacío. - Dije - Nada que ofrecer.


Realmente me dolió decir todo aquello. Sentí una punzada en el corazón. En ese momento de debilidad humana, me sentí como un títere. Siempre hice aquello que creí que debía hacer, porque era el único capacitado para ello, pero en realidad, yo mismo, no era nadie. No había nada dentro de mí que pudiera significar nada para nadie. Había adoptado esa postura de no amar a nadie... que tampoco me amaba a mí mismo. Si podía utilizar el verbo amar, sólo amaba los objetivos que debía cumplir. Objetivos que, una vez cumplidos, no me llevaban a nada salvo a mi última misión. Objetivos que, una vez cumplidos, desaparecían, y ya no podía amarlos. ¿Qué pasaría cuando cumpliera mi última misión? ¿Qué objetivos tendría entonces? Sabía que las consecuencias de cumplir mi última misión cambiarían el orden de las cosas y el significado del propio universo pero... ¿acaso aquello me importaba? Mi poder sólo vaciaba mi interior.

- ¿Qué piensas? - Me preguntó Sonia, sacándome de mi ensimismamiento.

Dejé de mirar al vacío. La miré a los ojos.

- ¿Estás llorando? - Me preguntó.

Me limpió las lágrimas. Me abrazó. Mi sexo estaba dentro de ella. Aquel abrazo me reconfortó, y sentirme dentro de su cuerpo hacía que sintiera una sensación extraña. En unos minutos se me habían planteado un millar de dudas que debía reflexionar más tarde. Con Sonia allí delante habría sido un peligro.

- Leonardo, deberías ponerte el condón - Me exhortó - La última vez que lo hicimos fue mucha suerte que no ocurriera nada.

Sonreí.

- Soy estéril, Sonia.

Se sorprendió.

- ¿En serio?

No tenía porqué mentirle.

- En serio - Dije.

Mi semen, como yo, estaba carente de vida. No era algo físico, mi semen no podía crear vida.

Hicimos el amor. Varias veces. Ella lloraba cada vez que le invadía el interior de mi líquido. Mi semen era totalmente frío, casi helado. Al chocar mi semen con las paredes de su útero, Sonia sintió un escalofrío, los vellos de su cuerpo se erizaron como escarpias, sus ojos se quedaron vacíos por un momento. Era como notar la muerte atravesando tu cuerpo. Sonia jamás sabría porqué era, pero yo sí lo sabía. Ese era mi semen y era el representante de mi ser. Viscoso, blanco como la nieve, de una pureza infinita, mis espermatozoides estaba más sanos que los de ningún otro. Pero siempre, dentro de su útero, morían. Morían cuando tocaban algo vivo, algo que no eran como ellos. Sólo podrían engendrar a alguien que fuera como yo, y así no existía nadie. Esa sensación que Sonia experimentó fue de lo más agridulce. Un semen frío... frío e impasible como la muerte y el tiempo.

Nos quedamos en la cama, horas después, despiertos, oyendo la respiración del otro. Totalmente a oscuras.

- La semana que viene veré a mi padre. - Dije en la oscuridad.

Sonia se puso de lado, y me miró.

- Pensé que tu padre estaba muerto.
- Y así es - Respondí. Yo me encargué de ello. - Voy a ver a mi padre biológico.
- Oh...

Sonia no sabía que yo era adoptado. Nadie más que yo y Melissa lo sabíamos.

- A Leonardo Stigliari Sénior.
- Tendrás ganas....
- Infinitas - Dije. Aquel hombre era el único que podía sacarme los nervios a flor de piel, el único que me hacía dudar y equivocarme. Sería un encuentro magistral, última prueba para demostrar todos los conocimientos, habilidades y dones adquiridos en los últimos 20 años.
- ¿Qué le dirás?

No apartaba mi vista del techo.

- Todo lo que pienso, siento y he hecho. - Me sinceré - He esperado mucho este momento.
- Es normal...
- Será algo excitante.

Y tanto.

Sólo me quedaban cinco días de vida.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

el infierno...ke wapooo el texto me a flipado

Anónimo dijo...

¿Por qué Sonia, precisamente? ¿Por qué es algo si ella no es nada?

Xaider dijo...

Hemos visto a Leonardo casi "sentir" como humano por un instante...
¡5 días!

Anónimo dijo...

Asombroso el parecido que teneis tú y Leonardo.
¿Sonia? ¿Cuanto es ella de importante? Sonia no morirá, haga lo que haga...diga lo que diga.

Dudo infinitamente que Leonardo quiera y pueda matarla.


muerte Sonia

Leonardo dijo...

Leonardo perfectamente epuede matarla, ella no es, aún, un impedimento de un grado relevante de importancia.

Y no considero que haya un parecido realmente importante, al menos no es válido viniendo de un anónimo que no dice su identidad. Tan bien no me puede conocer si hace eso.

Anónimo dijo...

Es pronto para descubrir mi identidad al menos en este blog. Y... así lo querrás tú, creeme.

Pero...sí, nos conocemos, aunque quizás lleves razón en eso de que no te conozco tan bien, pueda ser probable.

"Sonia no es, aún, un impedimento de una grado relevante de importancia"

muahahaha

Razón matar

Leonardo dijo...

Bien, si tienes valor para afirmar tales cosas, lo tendrás para dejar tu idenditdad.

Los anónimos sin sentido serán borrados.