miércoles, 12 de diciembre de 2007

Condénate

Apretó el nudo de la corbata, y se atusó el pelo que él consideraba despeinado. Su novia, dentro de la ducha, le hablaba:

- Creo que podríamos ir a cenar más que al teatro. – Dijo ella entre el sonido incesante de las gotas.

- O también podríamos cenar, e ir luego al teatro. – Puntualizó él, mientras desistía de peinarse con las manos, y optaba por buscar el peine.

- No hay tanto dinero, cariño.

- Eso es lo que tú crees – Dijo sonriendo – Mañana me dan la paga de navidad.

- ¿De verdad? – Exclamó ella – ¿Y por qué no me lo habías dicho?

Se dio la vuelta y se miró en el espejo alargado de la ducha. Realmente estaba atractivo aquel día. El frac, la camisa, la corbata, y el pelo perfectamente peinado. Nada fallaba. Sí, irían a cenar, y luego al teatro. No merecía menos. Él no merecía menos.

Ella salió de la ducha.

- Dame la toalla, cariño.

Así lo hizo. Después de 3 años, aún le sorprendía la dulzura con que le trataba ella. Le sorprendía porque quizá a esas alturas ya no lo merecía. Ella se secaba el pelo, veía como le iba cayendo sobre la espalda.

- ¿Nunca te han dicho que tienes una espalda preciosa, Sonia? – Le dijo.

Ella se limitó a sonreír. A sonreír con dulzura. Sus piernas, delicadas, de piel suave, pero a su vez consistentes. Sus pechos, del tamaño ideal para él. Su vientre, refinado hasta decir basta. Su sexo, con su vello erizado por el frío, haciendo pequeños huracanes sobre su piel, desprendiendo ese olor tan dulce y tierno, que tanto le encantaba. Ella estaba hecha para él, estaba claro, no podía estar con otro.

- Así, ¿dónde iremos a cenar, mi vida? – Preguntó Sonia.

- Pues…. – Encogió los hombros. Puso una cara graciosa, y luego susurró lentamente, con tono seductor – Donde la señorita diga. – Sonia sonrió. – Voy a tocar un rato el piano, cariño, te espero en el salón. Date prisa, que el teatro es a las 22:30.

Pedro salió por la puerta del baño y dejó a Sonia con la toalla en la cabeza, secándose el cuerpo. Ella tenía una sonrisa en la cara. Le amaba. Amaba a Pedro con todas sus fuerzas, no se le pasaba por la cabeza en ningún momento la idea de perderle. Desde el principio, le había entregado todo su cariño. Y había hecho todo lo necesario para que saliera bien, para que no hubiera errores. Y le había ido gratamente. Sonia era una persona inocente, pero entregada. Y Pedro era lo más importante que tenía dentro de su vida. Hacía un año que vivían juntos, y no podía ser más perfecto. Además, Pedro había ascendido en el trabajo hacía pocos meses e iban desahogados de dinero. Aunque ello conllevase que Pedro tuviese que estar algunos intervalos de tiempo en el extranjero. Aún así, aquello era la vida con la que Sonia siempre había soñado. Pronto vendrían los niños, pensaba ella. Pensaba ella…

Mientras tanto, Pedro tocaba el piano en el salón. Tocaba una altiva melodía de Schubert, con delicadeza, con mesura. Aquella era la paz que necesitaba. Había vuelto dos días antes de Bolonia, y estaba realmente cansado. El estrés del trabajo había hecho mella en él. Y no sólo eso. De verdad tenía sentimientos por Sonia, de verdad la amaba. Pero, ¿a qué precio? Por fin se había convertido en aquello que su padre siempre negó que se convertiría: un hombre de éxito, apoderado, ambicioso y poderoso. Tenía más que cualquier sueño de cualquier joven. Podía conseguir casi a cualquier mujer, y podía poseer cualquier nuevo aparato revolucionario, blandiéndose así con la alta burguesía.

Años más tarde, dos metros a la derecha del piano, en aquel mismo piso, con Leonardo delante a punto de matarle, Pedro se daría cuenta de que la ambición le había cegado la vista. Nunca se preguntó hasta dos minutos antes de morir cómo pudo dejar escapar a Sonia, cómo pudo dejar que su vida se fuera por la borda y acabar donde acabó; cómo pudo acabar, humillado, como a todos a los que había humillado él.

En ese momento sólo importaba Schubert. El piano. La música. La paz. Vio a Sonia salir del baño, aún con la toalla en la cabeza, pero al menos ya en ropa interior.

- Cojo la plancha, me visto y nos marchamos, cariño – Sonia puso su típica cara de disculpa. Era tan dulce. – En 10 minutos estamos en el coche. – Y le guiñó un ojo.

Pedro, en el fondo, era buen hombre. Con sus dudas, sus miedos y sus errores. Un buen hombre. Un buen hombre que pudo elegir el camino correcto, y no lo hizo. Porque su arrogancia pudo más que su voluntad. Sonia era un prototipo de chica que, a la vista de Pedro, podría haber sido perfecta. Eso, diez años antes. Se había acostado con Sonia miles de veces, y nunca había hecho el amor con nadie como lo había hecho con Sonia. Aquello era mágico, desde luego. Pero Pedro ya no se sentía bien, porque había errado. Había manchado su corazón, y la imagen y el amor de Sonia consigo. Es casi imposible determinar donde comenzó todo, pero el atisbo más lejano de la decadencia de la relación de Sonia y Pedro se encuentra en este punto. Aquella noche. Frente al piano.

Sonia se acercó a Pedro, ya peinada y con el vestido puesto. Se sentó sobre sus piernas, y le abrazó. Le rozó la nariz, mientras le sonreía. Le besó. Le dijo que le amaba. Y Pedro sonrió.

- Aún tenemos hora y media para cenar y llegar a la ópera – Susurró picaronamente Sonia – Podemos hacer el amor…

Pedro no se merecía una chica así.

- Es que me he peinado, Sonia… - Dijo Pedro. Realmente le apetecía. Su pene estaba casi erecto, pero cada vez que lo pensaba un pequeño cristal se rompía en su corazón.

- Bueno, pues te vuelves a peinar – Sonia le besó el cuello. Luego la oreja, y le susurró al oído – Hace dos semanas que no lo hacemos, mi vida…

Sólo hacía tres días que Pedro no se acostaba con nadie. Una gota gorda bajaba por su cerebro.

- No, Sonia, de verdad. – Espetó Pedro.

- ¿Te ocurre algo? – Preguntó, preocupada.

Pedro dudaba entre sí decírselo, o callárselo. No creía que le hiciese mucha gracia a Sonia saber que su novio se había acostado con un par de prostitutas en la vieja Italia. No, no le diría que fueron un par de prostitutas. Le diría que fue una doctora del congreso. Eso quedaba mejor.

Pero realmente era triste que tuviera que mentir sobre una verdad que quizá ocultaría. Iba a ocultar algo de lo que él mismo se avergonzaba. ¿No era Pedro el hombre burgués, apoderado y ambicioso? ¿Y se acostaba con prostitutas? ¿No podía conseguir él cualquier mujer?

- Cuéntame qué te pasa, Pedro – Suplicó Sonia – Te conozco, sé que te pasa algo.

Buscó una respuesta en sus ojos, cambiando la mirada de uno a otro constantemente. Si le hubiera conocido realmente, sabría que Pedro, al menos en ese punto de su vida, era un fantoche.

Sonia habría escrutado en su mirada que el congreso de estomatología al que había acudido Pedro había sido un completo y estrepitoso fracaso. Que Pedro, consciente de su nerviosismo completamente ascendente y su estrepitosa inseguridad, había sido incapaz de participar y a mitad del congreso había abandonado la sala. Que, sintiéndose fracasado, se había emborrachado. Que aquella noche durmió en un hotel de mala muerte, en vez de en el hotel de 5 estrellas que le había reservado el hospital. Que contrató a dos prostitutas. Que se acostó con ellas. Que se echó a llorar antes de dormir porque de aquel congreso dependía el ascenso que Sonia creía que le habían dado hace meses. Y lo tiró por la borda.

Obviamente Sonia no encontró todo eso en su mirada.

- Te echaba mucho de menos, Sonia, sólo era eso – Mintió, furtivamente, Pedro.

Era consciente de que era un cobarde. Había optado por el camino de la mentira, y eso le llevaría a estar cinco años después en ese mismo salón con el cráneo y los sesos aplastados por la enorme piedra de Leonardo. Pedro tuvo la opción de salvarse, de redimir sus errores y los de otras personas, de cambiar el destino del universo. Pero optó por la cobardía. Optó por condenarse a sí mismo. Fue el único momento en la vida de Leonardo que alguien pudo trastocar matemáticamente sus planes. Y Pedro lo desaprovechó. Fue cobarde. Cobarde como el padre de Leonardo, cobarde como su propio padre. Porque la cobardía era de lo que se sirvió Leonardo para vencer. De la cobardía de los demás. Leonardo sabía que, excepto él, todos serían víctimas de sus mentiras. Darío, Sonia, Pedro, su padre, todos. Pedro los condenó a todos, iniciando ese camino que, en su lecho de muerte, vería claro. Pedro prefirió no decirle nunca a Sonia nada de sus aventuras, porque aquella, ni mucho menos, iba a ser la última. Pedro decidió, en ese justo momento de su vida, destrozar lo más importante y bello que había tenido en su existencia, quizá lo más importante y bello que cualquier persona podría conseguir jamás. Cogió el camino que le llevaría directamente a la muerte. Pedro optó por seguir el mismo camino y cometer los mismos y exactos errores, que su propio padre.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Uf... la manera de relatarlo ha sido exquisita (me apetecía poner esta palabra, además de que es oportunísima)
He imaginado cada momento en mi mente, como si de una película se tratara. Me ha gustado mucho ese juego con los tiempos.

Y... creo que este es un capítulo muy importante en la historia de Leonardo Stigliari.

El enfoque que tenía de la señorita Sonia ha cambiado considerablemente.
Puede que ahora no la vea como una sucia mujer, interesada y malversadora, sino como una mujer, simplemente. Una mujer que busca el amor o, en consecuencia, la protección de un hombre, su atención y que encontró en Leonardo aquello que el tiempo le había robado con Pedro.
Pero Leonardo era el hombre equivocado...

Quizá no sea tan sorprendente que Pedro halla sido un cobarde... Engañó a Sonia, ¿qué haría cualquiera en ese caso? (cualquiera que no tenga conciencia, claro) Mentir. Pero no debía, eso no es lo correcto...

Xaider dijo...

Me ha gustado mucho ver cómo Pedro se ha labrado su propio fin; que cumplirá Leonardo con sus manos. Ha tenido la oportunidad de dar al traste con todos sus planes. Ha podido quedar por encima, pero al comportarse como el mero ser humano que es, ha cavado su tumba.
Chapeau

Carlos L. dijo...

Es interesante lo que dices sobre tu personaje. Supongo que cuando uno escribe en primera persona - y me baso en mi experiencia - crea una personalidad impregnada de la propia, pero mucho más poderosa y arrolladora. No necesariamente un lider de masas o algo así, pero si alguien que no pasa desapercibido, al menos para los lectores.

Me alegro de que tengas ya hecho un esqueleto, porque eso me asegura que veré un final. Yo hago lo contrario, simplemente creé a mis personajes y actúan por sí solos, irregularmente, incluso me sorprenden sus actos a mi mismo a medida que escribo.

Finalmente, siento decirte que no publicaré nada en castellano en ese blog. La razón es que he comenzado una historia, son relatos encadenados y no puedo cambiar ahora el idioma. Por otra parte, es raro que escriba en castellano, me siento mucho más cómodo redactando en mi lengua materna; no obstante, si hago algo, no dudes de que te lo haré saber.

Un saludo, nos vemos.

PD.: La historia sigue interesante, me tienes enganchado ;)