lunes, 10 de diciembre de 2007

Sonríe/Sangra

- Tiene 16 años y nunca juega con nadie. Los estudios siempre los lleva al día, pero nunca participa en clase. Siempre resulta muy frío con los profesores, y aunque nunca provoca jaleo ni falta al respeto, no deja de ser verdaderamente incómoda su actitud. ¿Hay alguna clase de problema en casa, señor Stigliari?

Darío meditó durante unos segundos. Cruzó las piernas, se frotó la perilla. Intentó contener la sonrisa. Después de tantos años, aún le hacía gracia que le llamaran por el apellido de su difunto y peor enemigo.

- No, no existe ningún tipo de problema – La voz profunda y grave de Darío resonaba por todo el despacho – Leonardo siempre ha sido un chico muy callado. Le gusta hacer las cosas por sí mismo y con mucha discreción. Él es un espectador, más que el actor o protagonista de la obra.

- Comprendo. – El director reflexionó durante unos instantes – Pero necesito que comprenda, tanto usted como Leonardo, que la participación es importante. No se valora sólo la capacidad de aprendizaje, sino también la capacidad de desenvoltura que tenga el chaval ahí fuera. ¿Entiende?

Tenía razón. Leonardo tenía bastante potencial, pero lo estaba desaprovechando manteniéndose en la sombra. Darío sabía, mejor que nadie, que el éxito y el ascenso sólo podrían alcanzarse si uno podía comerse el mundo antes de que éste le comiera a él, y Leonardo, con su actitud, sólo estaba dejándose devorar por un monstruo al cual, seguramente, podía hacerle frente. Si Darío seguía vivo, precisamente era por eso: porque había sabido moverse y, especulando, había conseguido sobrevivir; eso era lo más importante.

- Hablaré con él. – Dijo Darío – Veré qué puedo hacer. Pero a estas alturas, perdone que le diga, Leonardo no cambiará.

- Tendrá que hacerlo. – Dijo el director. – El mundo se lo exigirá.

- Los mayores genios eran aquello que es Leonardo ahora – Espetó con un deje alegórico – Un incomprendido.

- Pero Leonardo no es ningún genio. – Silencio. – Deje de meterle esa idea en la cabeza, o provocará problemas.

Un cruce de miradas, demasiado furtivo. Un ambiente de desacuerdo invadió todo el despacho. Todo aquel que conociese a Darío sabía perfectamente que no había nadie ni nada más orgulloso y terco que él mismo. Ni nadie más eficiente.

- Yo jamás le metí esa idea. El que lo es, lo es.




- ¿Podemos hablar?

- Sí, claro, papá – Respondí – Pasa, pasa.

- ¿Qué estabas haciendo? – Me preguntó.

- Estaba terminando de leer una biografía sobre Benedetti.

- ¿Para algún trabajo de clase? – Se sentó a mi lado, en la cama.

- No. – Respondí secamente – Los deberes los terminé esta tarde.

Darío sacó una figura de madera tallada a mano del bolsillo. La tenía como llavero. Se trataba de un pequeño caballo, en posición vertical, bastante desgastado. Darío siempre me dijo que se lo había regalado mi abuelo, y que le tenía mucho aprecio. Comenzó a acariciarlo, como siempre que no tenía nada que hacer con las manos.

- ¿Por qué no has bajado a cenar, Leonardo?

- No tenía apetito, papá. La biografía de Benedetti está realmente interesante – Le contesté.

Por aquel entonces, Darío tenía unos cuarenta años. Siempre llevaba barba, y el pelo corto con un pequeño inicio de calva en medio. De joven había estado fuerte, pero ahora sus músculos, de los que aún se podía vislumbrar su enorme vigorosidad, estaban cubiertos por una capa de grasa que le causaba un leve sobrepeso. Era un hombre de caminar rudo, y mal hablante. Una voz rasgada, grave, que siempre soltaba tacos. Tenía unos pequeños ojos marrones, que parecían dos canicas.

Era verdaderamente extraño que mi padre estuviese hablando conmigo sin ningún tipo de interés. De hecho, creo que ese es el primer recuerdo de una conversación significativa que tengo con Darío. La comunicación entre él y yo era casi nula. Y por la cuenta que me traía, eso era lo mejor.

- Hoy he hablado con tu tutor, Leonardo.

Me hice el sorprendido.

- ¿Sí? ¿Qué te ha dicho? – Pregunté.

Darío manoseó la figura. Resopló, y luego dijo, casi susurrando:

- Me ha dicho que apenas te relacionas con nadie, y que no participas en clase. Dice que eso bajará tus notas.

No sabía porqué, pero parecía que el hecho de que aquello pudiera repercutir en mis notas era lo que menos le importaba a Darío.

- Intentaré participar más en clase – Dije, apesadumbrado.

Meditó durante unos instantes.

- Me alegra escuchar eso, Leonardo. – Se mordió levemente el labio – Pero, ¿por qué eres así, tan callado, tan… introvertido?

No respondí. No sabía qué decirle. ¿Por qué giraba la Tierra? Seguro que existía una explicación lógica, pero en ese momento no podía encontrarla.

- ¿Sientes que algo falla en tu cabeza?

- No. – Respondí.

- ¿Odias al resto de la humanidad?

Eso sí era cierto, pero esa pregunta estaba dentro del grupo de preguntas que Melissa siempre me dijo que contestara con una mentira. ¿Qué esperaba oír Darío? ¿Qué era lo que tenía que responder?

- Claro que no.

- ¿Amas a tu padre y a tu madre?

No, ni aunque pudiera amar.

- Sí, claro.

Un breve silencio. Notaba, sin mirar a sus manos, que estaba llenando de sudor el caballo de madera.

- ¿Alguna vez has pensado en matarme, Leonardo?

A todas horas. De mil maneras.

- ¿Por qué me haces estas preguntas, papá? – Pregunté, algo extrañado.

- ¡Responde la maldita pregunta! – Bramó.

¿De verdad pensaba que hablándome de esa manera me iba a hacer responder? Yo lo dudaba. Y no le temía.

- ¿Has bebido? – Pregunté, indignado.

Me golpeó. Y me tiró al suelo. Agarró mi cabeza con su enorme mano, mientras la mantenía quieta en contacto con el frío suelo. Ahora él estaba en una posición claramente dominante.

- ¿Qué falta de respeto es esta, Leonardo? – Gritó - ¡Que soy tu padre!

- ¿Ah, sí? – Dije, sin miedo, y totalmente desafiante - ¿Eres mi padre?

Noté, sin tener que mirarle, como las pupilas de Darío se empequeñecían en el universo de sus ojos. Noté el miedo expandiéndose por cada célula de su cuerpo. Noté la duda, fría y punzante como un puñal, danzando por su piel. Noté su cerebro, reflexionando, analizando las posibilidades de que yo, un crío de 16 años, pudiera saber toda la verdad, pudiera saber lo que debía hacer con su cuerpo, y el porqué. Los porqués.

Pero era harto improbable que un chaval como yo lo supiera. Y aunque lo supiera, era más difícil todavía que le pudiera hacer frente al fornido cuerpo de Darío. Todo eso, según la mente de Darío.

¿Qué miedo podía tenerle yo? No era el momento para él, y por eso era feliz. Daba igual lo que ocurriese esa noche. Yo no moriría.

- ¿Qué has dicho? – Dijo. El valor volvió a su cuerpo.

- Eso que has oído – Dije sin temor, con voz aguda, casi gritando – Si fueras mi padre jamás me habrías pegado.

Reía en mi interior sabiendo que le tendría engañado un par de años más. Rezaba porque llegara el momento de confesarle que yo sabía que él no era mi padre, y que, debido a su don, debía morir. Morir a mis manos.

- Y si tú le tuvieras un mínimo de respeto a tu padre, no le obligarías a hacerte esto – Estalló mi cabeza contra el suelo, rompiéndome la ceja. Me dio la vuelta, y con los ojos inyectados en sangre, y el rostro lleno de rabia, me gritó: - ¡Hijo de puta!

Comenzó a pegarme, sin parar. Yo ya estaba acostumbrado a aquellos golpes por parte de mi padre, así que aquello tampoco suponía un suplicio. No me defendí. Soltaba alguna sonrisa mientras la cara se me iba empapando de sangre. En el fondo estaba tranquilo porque sabía que Darío sufría más por dentro que yo al golpearme. Aquella rabia que sentía sólo era fruto de la cobardía que había caracterizado su oscuro pasado. Ese era un modo de ocultarla, enterrarla... hasta que volviera a resurgir. Hacía conmigo lo que no pudo hacer con su pasado. Porque yo era más débil... en ese momento.

A los cinco minutos, como siempre, llegaría mi madre. Nos encontraría allí y nos separaría. Como siempre.

Antes de irse, Darío me escupió en la cara. Yo permanecí tumbado en el suelo. Mi madre, tan aterrorizada como siempre estuvo mientras vivió con aquel ser primitivo, no le dijo nada. Se limitó a limpiarle en silencio las heridas de los nudillos en la habitación contigua. No me moví del suelo. En algún momento en el que Darío estaba distraído, me pasó un par de toallas húmedas por la puerta. Los ojos de mi madre, totalmente vacíos de vida, me miraron envueltos en un charco de lágrimas. Sabía que si me ayudaba, aquella paliza sería peor, y volvería a pegarme y, lo peor, la pegaría a ella.

Yo me quedé un buen rato, sonriendo, bien desorientado por los golpes, tumbado boca arriba. Con los brazos estirados, muertos. Mis padres estarían acostándose en esos momentos. Darío tenía que terminar el día sintiendo que tenía poder absoluto en casa, sobre mi madre, y sobre mí. Si mi madre se negaba a acostarse con él, a Darío, que ya había soltado el monstruo aquel día, no le importaría volver a hacerlo. Como no se oía ningún golpe, estarían follando. Eso no me hacía gracia, pero sonreía. Ya tendría tiempo yo de disfrutar.

Estuve más de una hora allí tirado. No tenía fuerzas para levantarme, aunque tampoco quería. Tenía las mejillas entumecidas. Notaba como los moratones iban aflorando. Mis dientes estaban completamente cubiertos por una fina capa de sangre roja, viva. Me dolía sonreír, pero lo hacía. Sonreía mirando al techo porque aquella paliza era una paliza menos.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

un dia mas es un dia menos, kiero el siguiente ya!! vamosss

Xaider dijo...

¡Más, más, más!
¿Para cuándo la novela?

Leonardo dijo...

Déjame terminar los 32 capítulos que quedan, y luego hablaremos de novela.

Haha.

Carlos L. dijo...

Jeje, me alegro de que hayas intentado leer mis relatos, pero comprendo que te cueste, no te preocupes.
Si, sigo fielmente la historia, me gusta como escribes. Es extraño, pero a veces me siento un poco identificado con Leonardo en ciertas cosas. No tengo muchas cosas en que basarme - más bien ninguna - pero me da la sensación de que nos parecemos.
Te diría encantado como llegué a tu fotolog, pero lo cierto es que no lo recuerdo. A través de otros, supongo que leí algo que me gustó y recordé la dirección. Tan simple como eso! No sé, piensa si tienes algún amigo en galicia, es probable que haya sido por ahí.
Bueno, una última cosa, ¿esto que estás publicando lo tienes ya escrito o vas "sobre la marcha"?
Un saludo, maestro ;)

Rubén dijo...

La cosa no pinta mal literariamente, pero tío... ¿Los títulos de los post, la lista de links, y tus datos personales en AZUL OSCURO SOBRE NEGRO?? Te dejas los ojos intentando leerlos.

La cabecera también me chirría un poco, pero eso ya son gustos...

¡Todo en plan constructivo, que conste!