lunes, 28 de enero de 2008

El Viaje (II): La Caída


Había presenciado desde un primer término la decadencia y destrucción de toda su familia. Había visto, uno por uno, cómo morían sus hermanos, sus hijos, sus familias, sus nietos. Había visto cómo él mismo había creado el mal, cómo lo había alimentado y cómo lo había propulsado, pensando que lo podría controlar. Los hechos, sin embargo, se le fueron de las manos, y ahora estaba allí, en aquel tren, mirando llover por la ventana, con un paisaje verde y nublado, triste como su corazón, y frío como su talante, intentando salvar los únicos miembros vivos de la familia, antaño grande y poderosa, Stigliari. El joven Dante, el experimentado Francesco, el bebé Leonardo… debía salvarlos a todos si quería que la extirpe no se extinguiera y quedara un rayo de esperanza sobre la Tierra.

Salvatore Stigliari sólo podía mirar apesadumbrado por la ventana. Con los ojos encharcados en lágrimas por la vejez, su mirada había ido perdiendo vitalidad en los últimos años; años en los que se había dado perfecta y total cuenta de la magnitud de los errores que había cometido en vida. Se odiaba a sí mismo, y odiaba la soberbia que le caracterizaba a él, a su padre, y al padre de su padre, y a sus hijos, y probablemente, si Dante y Leonardo vivían, a los hijos de sus hijos. Recordaba, con cierta nostalgia, los viejos y buenos tiempos. Tiempos en los que gozaba de buena salud, su familia era numerosa, opulenta y tremendamente poderosa. Tenía un imperio y se sentía orgulloso de crear lo que había creado. Su padre, en los últimos años de su vida, se había mostrado orgulloso de cómo había sacado la familia a flote y había hecho brillar el apellido Stigliari en el conocimiento más oculto e inmutable de los secretos humanos. Su padre le había conferido un secreto de proporciones inmensas, y así, Salvatore, tendría que comunicárselo a uno, y sólo a uno de sus siete hijos varones. Porque así había sido siempre, y el padre de su padre lo sabía, y el de su padre; de este modo ascendiendo en el árbol genealógico hasta llegar al momento del Suceso. Ocho generaciones antes el poder de los Stigliari les fue concedido por una fuerza mayor. Azar, lo llaman algunos; la Suerte, otros. Fortuna, como uno de los nombres más comunes de la historia, se les hizo visible a los Stigliari y éstos conocieron una de las grandes verdades. Es por esto que el apellido Stigliari gozaba de prestigio, pero sólo entre aquellos que intuían o habían oído rumores sobre el gran Suceso, porque si algo era cierto es que los Stigliari nunca fueron sospechosos de nada, debido en gran parte a la solvencia y responsabilidad con que cada padre de familia de esas ocho generaciones había suministrado ese Secreto. El Secreto podría haber sido un poder, un arma, que podía otorgar mayores riquezas que cuanto dinero hubiera en el mundo. Pero asimismo resultaba inimaginable para la comprensión humana.

Pero la solvencia no había sido la mayor característica de Salvatore, si no la soberbia y la avaricia, la ambición y la prepotencia, y esto había ocasionado que, a sus 70 años, Salvatore estuviera huyendo de un destino, que él en sus más profundas entrañas, era consciente que no podía esquivar. Sabía que pagaría sus errores, tarde o temprano. El propio Salvatore había engendrado la causa de su destrucción, de la caída de todo lo que había construído. No lo pudo ver antes porque su orgullo le cegó, y todos sus secretos, todo su poder, se volvió nulo. Oculto en un pequeño pueblo del sur de Italia, Salvatore se había resignado a pasar sus últimos años, intentando olvidar la masacre que había presenciado. Había visto cómo tres de sus hijos se revelaban contra el resto de Stigliari. Encabezados por el magnánimo y joven Leonardo, que con veinte años era el segundo hijo más pequeño de Salvatore, y junto a sus hermanos Giulo y y Donatus, urdieron un plan perfecto para acabar con los demás y hacerse con los secretos de la familia. Resultaba impensable todavía para Salvatore cómo podían ellos tres conocer el hecho de que la familia debía todas sus riquezas a un solo Secreto, ya que éste sólo era traspasado del cabeza de familia a uno de sus hijos en un acto totalmente discreto. Una vez comunicado el Secreto al hijo elegido, éste, por el bien de la familia y la propia integridad del Secreto, debía guardarlo hasta elegir al hijo que llevaría la responsabilidad a partir de entonces y que, por tanto, sería el nuevo cabeza de familiar. Salvatore, por aquellas épocas, todavía no había elegido a qué hijo le conferiría el secreto, aunque ciertamente el que más papeletas poseía era Francesco, el mayor de los siete, que demostraba sobriedad, responsabilidad y gran madurez, y su hijo Dante resultaba un fiero niño con mucha vitalidad y perspicacia en su interior.

Así, el plan de los tres hijos menores de la familia Stigliari se cumplía en una noche, para evitar supervivientes y posibles reorganizaciones. Asesinaron, en menos de ocho horas, a veinticinco personas de la familia Stigliari, con el silencio de la madrugada como único testigo. Salvatore vio cómo su propio hijo, Leonardo, con los ojos sedientos de sangre y poseídos por la ira, entraba en su casa a mitad de madrugada y asesinaba a su mujer y dos de sus nietos, con frialdad y golpes secos y contundentes. Sin dudar, y con la sangre hirviendo en sus venas, carente de sentimientos, le arrebató el Secreto, tan fácilmente como uno respira o da un salto. Puede parecer paradójico para tratarse de un poder con tanta trascendencia, pero el simple hecho de la traición dejaba totalmente vulnerable al Secreto para manos totalmente corrompidas, y Leonardo, con su audacia y habilidad, había actuado mucho más rápidamente que Salvatore, y le había demostrado que su legado estaba llegando a su fin. Con las pocas fuerzas que le quedaban, Salvatore entabló una lucha con Leonardo, pero fue vencido. Francesco, mucho más poderoso, corpulento, y ágil en la batalla que Leonardo, apareció cuando Leonardo se disponía a asesinar al pobre anciano. Leonardo, consciente de sus posibilidades y malherido en el pecho, huyó, con el Secreto bajo su poder, jurando destruirlos a todos y ser el único (dijo único con la ambición poseyendo cada célula de su cuerpo) Stigliari vivo y merecedor del Secreto. Giulio y Donatus se encargaron de los tres hermanos restantes y sus familias.



Durante los siguientes años, Leonardo, Giulio y Donatus buscaron incesantemente a los tres miembros restantes de la familia, Francesco, Salvatore y el joven Dante, pero fue inútil. Giulio era totalmente partícipe de abandonar la búsqueda, no creía que fuera realmente peligrosa la presencia de tres miembros que se habían autoexiliado, pero Leonardo, en búsqueda de la perfección, no quería dejar ningún cabo suelto. Además, Giulio, después de asesinar a la mujer de Francesco, y en una lucha encarnizada con éste, había perdido un brazo y tenía en alta estima al otro como para arriesgarse a perderlo.

Poco más sabía Salvatore. Desde aquella noche, hacía casi diez años, se encargó de ocultarse y llevar una vida tranquila, ordenó a Francesco a salir del país, porque Leonardo deseaba matarlos a todos. No obstante, el pasado volvió cuando los pequeños restos de su don le hicieron notar que había un miembro más en la familia: supo que Leonardo había engendrado a un niño. “Un niño”, había pensado él. Esperanzado por lo que aquello significaba y por la noticia de que Leonardo no tenía constancia de tal hecho, Salvatore se dispuso a darle a aquel niño un futuro prometedor que quizá contaba con la resurrección del apellido Stigliari entre sus cometidos. Pero la vejez y la inocencia pecaron en su lugar. Salvatore había olvidado que Leonardo poseía el Secreto y que, aunque no había recibido instrucciones sobre cómo manejarlo, en los últimos diez años habría aprendido por intuición propia a hacerlo. Y el don que habría adquirido le habría hecho saber que sangre de su sangre estaba a punto de ver el mundo. Fue entonces cuando su vida se volvió una frenética cuenta atrás para poder salvar su apellido, y el futuro de muchísimas personas.

No obstante, Salvatore ignoraba demasiadas cosas. Ignoraba que Leonardo era el Stigliari que más había ahondado en el Secreto y que más había profundizado en su don. Ignoraba que Leonardo sabía muchísimo antes que él que en unos meses un hijo suyo vería el mundo. Ignoraba, pese a todo, que cada noche Leonardo se sentaba en el sillón de cuero de su enorme casa de Módena, habiendo previsto todo aquello, con los brazos cruzados bebiendo alcohol seco, con la mirada malévola y la sonrisa torcida, por haber creado otro magnífico plan. Salvatore, dominado por su vejez y alejado de la vivacidad y perspicacia de los jóvenes, se dirigía inconscientemente hacia la muerte, e ignoraba que todo aquello formaba parte de un plan perfectamente elucubrado para atraerlos hacia sí, y destruir, incluido al bebé Leonardo, los últimos resquicios de la familia Stigliari.


3 comentarios:

Xaider dijo...

Muy buen capítulo, en tu línea. Ahora en este punto se entiende mucho mejor el estigma (o bendición, según se mire) de la estirpe de Leonardo.

Espero que a pesar de los exámenes, puedas escribir algún capítulo más.

La_EsPeCtAdOrA dijo...

vaya..felicitaciones por el relato..

Anónimo dijo...

Oye, piensas seguir con los capitulos, nO? ^^

Muy buenos.